El arbitraje vuelve a causar polémica en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional
Todos los años escuchamos la misma frase: el arbitraje está peor que nunca. Como es muy improbable que eso sea verdad (que cada temporada sea peor que la anterior, ad infinitum), suponemos que son palabras surgidas del calor del momento y del ardor de saber que cada juego vale oro en un campeonato tan corto como este.
Dicho eso, abordemos ese tema recurrente que llegó a niveles de escándalo el jueves, gracias a la desdichada actuación de Derek Crabill, el umpire de segunda base del duelo de esa noche entre Tiburones y Leones.
Crabill falló tanto y tan gravemente, que parecía a propósito, algo que descartamos.
Expulsó al manager de La Guaira, Carlos Subero, con apenas un out en el primer inning en su parte de arriba; decretó un «out forzado» ante un corredor que robaba la intermedia, y lo decimos así, entre comillas, porque el infielder pasó sobre la base, tomó el disparo y pivoteó al home, sin intentar en lo más mínimo tocar al corredor que se le acercaba; por último, decretó como jonrón una tabla de Marwin González que debió ser doble por reglas.
¿Qué hubiera sucedido si una de esas decisiones determina la derrota de los escualos? ¿Y si esa supuesta derrota hubiera resultado crucial en una también supuesta eliminación de los litoralenses? Hay tantas cosas en juego, que debe hacerse algo.
Preguntamos a José Grasso Vecchio, presidente de la liga, su opinión al respecto.
Reiteró que la determinación del circuito es avanzar en la profesionalización de los hombres de azul, para lo cual ya son dos los árbitros vinculados a la pelota organizada y existe la posibilidad de garantizarles a todos trabajo todo el año en la Liga Mexicana de Verano y la Venezuelan Summer League.
Ese es el camino a un futuro mejor y está muy bien. Pero volvamos a lo nuestro; Grasso verá mañana el informe arbitral del jueves, aunque adelantó una obviedad: los errores, los fallos de apreciación, deben ser vistos como algo inherente a la condición humana.
«Sólo una mala interpretación de las reglas ameritaría la expulsión de un umpire», apuntó el ejecutivo. Estamos de acuerdo con el argumento y hasta podríamos coincidir con que Crabill tuvo un mal día, como nos pasa a todos; uno de esos días en los que todo nos sale mal, donde un vaporón alimenta al siguiente y donde la pesadilla sólo termina, qué paradoja, al irnos a dormir.
Una prueba del desconcierto del estadounidense está en el hecho de que debieran advertirle sus colegas que debía pararse dentro del abanico, y no fuera, en determinado momento del juego, cuando llegó un corredor a la inicial y él no pareció percatarse.
Nos dicen que esas cosas se discuten, para evitar su repetición. Ojalá. Pero al final, el asunto no es ese.
Más allá del error humano, a veces casi inexcusable (¿un out forzado en jugada de robo?), está el primero de los puntos citados: Subero dice que Crabill le expulsó cuando le pedía explicaciones por una sentencia, y asevera que el juez le cubrió de groserías.
Botar a un manager tan pronto en un choque es algo que sólo ocurre cuando quien insulta es el piloto. Y ya sabemos que Subero no lo hace, por motivos de religión. Eso nos lleva a recordar la actitud de algunos hombres de azul, a quienes hemos visto encarar desafiantes a estrategas y jugadores.
«Presumimos su buena fe y les pedimos que se hagan respetar, pues queremos acabar con las amenazas, maltratos y agresiones del pasado», justificó Grasso, lo cual también está muy bien. Pero hay que dejar claro de una vez que nadie puede tener patente de corso, y que los fallos de un umpire, además de afear el espectáculo, pueden costar mucho dinero y aún más lágrimas para los perjudicados.
Publicado en El Nacional, el domingo 20 de diciembre de 2009.
