El campo de los sueños

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Con esta nota de hace seis años, comienzo a rescatar algunas de mis viejas favoritas

El Juego de Estrellas convocó a los mejores de ayer y de hoy, pero sobre todo a una marejada de aficionados al beisbol que, desde distintos sitios de Estados Unidos o de México o de Canadá, desbordó a Houston durante tres días

HOUSTON, 2004

Si lo construyes, ellos vendrán.

La mágica frase, que hizo inolvidable a la película El campo de los sueños, de Kevin Costner, sirvió también para que muchos equipos de grandes ligas, incluyendo los Astros, levantaran modernas edificaciones de San Francisco a Toronto y de Detroit a Houston, precisamente Houston, la caliente ciudad que desde el pasado domingo acogió las festividades del Juego de Estrellas.

Abierto para la temporada de 2000, el Minute Maid Park hizo precisamente eso: atraer la mayor cantidad de aficionados hasta entonces conocida en la franquicia que nació hace más de 40 años con el nombre Colts 45: más de tres millones de personas pagaron por ver a los siderales en su campaña inaugural.

Pero esto fue otra cosa. Fue una exageración poética.

Acercarse al parque el lunes o el martes era igual a revivir el sentido de la frase que el granjero de Iowa escuchaba fluir entre las mazorcas: «Si lo construyes, ellos vendrán».

Y al final vienen, en una fila interminable de autos con los faros encendidos, se acercan a ese campo de los sueños que en efecto es el cielo, es decir Iowa, donde los astros del pasado disputaban maravillosas caimaneras.

Aquí también vinieron de todas partes, en carro desde México, con mapas en las manos, y desde cada punto de este enorme país donde el beisbol es pasatiempo nacional.

Jóvenes con camisetas de los Dodgers y los Marlins, parejas con gorras de los Medias Rojas, una familia entera con los colores de los Yanquis o los Reales recorrían las calles del centro de manera concéntrica, acercándose al Centro de Convenciones (donde se realizó el Fan Fest) y finalmente al Minute Maid Park, donde seis peloteros venezolanos eran partícipes del convite.

Si lo construyes, ellos vendrán. Y vinieron.

En el Home plate Bar & Grill, que custodia el estadio en la calle Dallas, la multitud de hambrientos aficionados exhaló un alegre grito de asombro cuando The Philly Fanatic, la estrambótica mascota verde de los cuáqueros, entró al restaurante y comenzó a repetir las charadas que le han hecho famoso por más de un cuarto de siglo: bailó sobre una mesa, besó mujeres, se fotografió con la mitad de los comensales y, tras más payasadas, se marchó tan campante, caminando por la acera.

¿No incluye la fiesta la reunión de todos, incluso las mascotas?

Por eso ya era natural subirse al ascensor y toparse con Raymond, la no menos indescifrable criatura que aúpa a los Mantarrayas. O ver a Youpie, el anaranjado animador de los Expos, metido en los bleachers.

«Oye paisano». Era Alfredo Pedrique a nuestras espaldas.

El primer manager venezolano en la Liga Nacional, segundo en todas las mayores después de Oswaldo Guillén, vino también con la marejada de beisbol, invitado por una cadena de televisión en español; el novel estratega llegó impecable, con una chemise decorada con el emblema de los Cascabeles, tan presto a cada detalle como cuando se preparaba para hacer realidad el sueño de dirigir arriba.

Ellos vendrán. Hasta las leyendas. El domingo se disputó el tradicional encuentro donde cada año los ex peloteros se reencuentran con las tribunas. Vinieron, sí. Atraídos por la selección al Juego de Estrellas de tres miembros activos del club de los 500, la oficina del comisionado organizó un homenaje a los jonroneros que han sonado más de medio millar de vuelacercas en la gran carpa.

«Vivimos una época privilegiada, con cuatro activos en esa lista», apuntó Bud Selig en alusión a Barry Bonds, Ken Griffey junior, Sammy Sosa y Rafael Palmeiro, quien no fue escogido para representar a la Americana, pero sí fue invitado para el Derby de Jonrones.

Otros hubo que vivieron tiempos de privilegio.

«La gente no puede concebir cuán orgulloso me siento de haber competido con Harmon Killebrew, Willie McCovey, Ernie Banks, Eddie Mathews», decía Hank Aaron, con su halo de rectitud. Metros más allá, Bonds respondía con sonrisa y pocas palabras ante una decena de reporteros.

Estaban todos los citados, menos Mathews, claro, y también Mike Schmidt, con su estilo Robert Redford, y Frank Robinson, Eddie Murray y Mark McGwire, y Ernie Banks con su rostro divertido, más Reggie Jackson y el canoso, calvo Harmon Killebrew, que inspirará hoy ternura a sus nietos, como temor a los pitchers de los 50, 60 y 70.

Vinieron, sí.

«No tengo una respuesta para la pregunta de porqué se multiplican los bateadores de 500 jonrones», seguía Aaron, mientras Bonds no ocultaba un bostezo, sin dejar por ello de declarar.

Abajo sonaba U2 con In the name of love a través de los altavoces, mientras Carlos Zambrano bromeaba con Scott Rolen, Albert Pujols, Edgar Rentería, Liván Hernández y Armando Benítez, haciendo buena la promesa de cada venezolano presente en el evento: pasarla bien.

Como Moisés Alou y Sean Casey, armados de una videograbadora para registrar todo momento de la cita.

Como los aficionados, que llenaron el parque con su presencia y los flashes de sus cámaras, cuando Aaron, el más grande, llegó al centro del terreno en el homenaje que le fuera rendido a los sluggers, el lunes.

«Damas y caballeros: esto es historia», atronó el anunciador interno.

No era el cielo. Era Houston.

Publicado en El Nacional, en julio de 2004.

Ignacio Serrano
Ignacio Serranohttps://elemergente.com/
Soy periodista y actor, y escribo sobre beisbol desde 1985. Durante 33 años fui pasante, reportero y columnista en El Nacional, ESPN y MLB.com, y ahora dirijo ElEmergente.com. También soy comentarista en el circuito radial de Cardenales de Lara y Televen. Premios Antonio Arráiz, Otero Vizcarrondo y Nacional de Periodismo.

1 COMENTARIO

  1. Excelente articulo como siempre… aunque debo confesar que al ver el título pensé que te referías específicamente al Minute Maid, el cual a mi parecer es una aberración de estadio; un parque de diversiones que incumple los minimos requisitos para jugar al beisbol. Ya sean sus extrañas reglas del campo con sus lineas amarillas zigzagueantes que marcan los jonrones o su inaudita y extrañamente poco criticada "lomita" al final del center field, este estadio debe demolerse. Eso me lleva a darte muy humildemente una idea. Que te parece un artículo con los mejores y los peores parques de pelota? pueden ser tanto aqui en venezuela como en USA. Bueno me despido, saludos

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