Un juego de niños
El beisbol profesional es un juego de niños practicado por adultos, dijo alguien alguna vez. Y es verdad
Houston
El gesto divertido de Marwin González, al hablar de que no guardaría nada de nada para recordar el primer día que jugó en las grandes ligas.
Las cejas arqueadas de Rafael Betancourt, al saber que era el primer venezolano con 10 temporadas consecutivas salvando juegos en las mayores.
La sonrisa de José Altuve, al pedirle al coach Javier Bracamonte que dejara de buscar parejas de dobleplays más jóvenes que él y González, para tratar de preservar la posibilidad de quedarse ellos con la marca.
La abrumadora sinceridad de Ramón Hernández, al confesar que no sabía sus números de por vida en la gran carpa, y la alegría que con que recibió la novedad de que tiene muchos más jonrones e impulsadas que Baudilio Díaz, el mayor ícono de la receptoría nacional.
Los aficionados y los periodistas estamos siempre tan pendientes de los números, las marcas, los posibles records, los hitos que van implantando los nativos, que a menudo no prestamos atención a algo que muchos peloteros sienten sobre el deporte del que viven: es una profesión, sí, pero un juego, antes que nada.
“Todavía soy como un niño, aunque un niño responsable”, nos decía en Miami Carlos Zambrano, días atrás, para explicar el entusiasmo que siente por la pelota.
No hay, eso sí, ninguno al que no le agrade saber que tiene un pedacito de historia, que ha sido capaz de hacer algo único. ¿A quién no le agradaría, después de todo?
Por eso fue tan divertido abrir Baseball Reference en el dugout de los Rockies, este sábado, y mostrarle por primera vez en su vida ese sitio web a Hernández.
“Es que yo no soy muy amigo de las computadoras”, explicó el caraqueño criado en Cumaná. “Pero busca, ¿cuántos juegos tengo y cuántos tuvo Baudilio?”.
Baudilio recibió 965 partidos en la gran carpa. Víctor Martínez 853. Henry Blanco lleva 846. Y Hernández 1.391, sin contar el que esa misma noche agregó a la cuenta.
“Ya 1.400 juegos”, descubrió el cátcher de Colorado. Y con una enorme sonrisa, cerró el puño derecho y celebró, chocando suavemente los nudillos con su vecino del clubhouse, su compatriota Betancourt.
