Omar Vizquel, el shortstop que aprendió a batear

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Omar
Vizquel creció en las granjas de los Marineros de Seattle como un prospecto de
la defensa, pero sin dar muchas muestras de ser capaz de desarrollar su
ofensiva. Eso cambió con los años, conforme se convertía en pieza fundamental
en la dinastía de los Indios de Cleveland a mediados de los años 90, hasta
adueñarse de récords y marcas que le convirtieron en un pelotero especial

Omar
Vizquel tenía 21 años de edad y apenas 33 juegos en triple A cuando, en febrero
de 1989, se reportó a los entrenamientos de primavera de los Marineros de
Seattle por primera vez.

No estaba
previsto que empezara en ese momento la carrera más larga y una de las más
notables de venezolano alguno en las grandes ligas. No todavía.


Vizquel
había aprendido a batear a la zurda unos meses atrás, a solicitud de su
organización en el norte. Y a él no le gustaba mucho la idea.


“¿Y cuál es
el motivo de ponerme a batear a la zurda, si yo he bateado a la derecha estos
cuatro años en el profesional?”, años después recordó el caraqueño que le preguntó
a sus jefes, desorientado. “En la Liga Instruccional me dijeron que bateara a
la zurda todo el tiempo. Al principio tenía miedo de que la pelota me fuera a
dar”.


La decisión
resultó providencial. El pelotero venezolano con más guantes de oro en la
historia reconoce hoy que tener la habilidad de usar el madero a ambos lados
del home le ayudó a superar los 2.800 hits y a alargar su carrera hasta más
allá que cualquier otro de sus compatriotas.

En aquel
spring training, sin embargo, Vizquel era un prospecto intrigante: con una
defensiva por encima del promedio y un bate que, después de pasar por la
categoría de novatos, nunca había bateado más de .263, nunca había logrado un
OPS superior a .682, nunca había dado más de 28 extrabases.


No parecía
un predestinado, como Ken Griffey Jr., con quien creció en las granjas de los
occidentales. Ni siquiera estaba en planes para abrir en las mayores, hasta que
Rey Quiñones, el dueño del campo corto, se lesionó.


Así empezó
la andadura de Vizquel en la gran carpa.


“El manager
(Jim Lefebvre) me llamó a la oficina el último día del spring training”, rememoró
el capitalino. “Me dijo: ‘Mira Vizquel, vas a ser mi shortstop regular y no te
preocupes por el bateo. Tú concéntrate en coger rollings, hacer dobleplays y
más nada’. Yo tenía seis meses bateando a la zurda”.

Sólo las
lesiones impedirían, en adelante, que defendiera a diario las paradas cortas en
Seattle.


Tres veces
se lastimó una rodilla: con los Marineros en el spring training de 1990, con
los Indios de Cleveland en 2003 y con los Gigantes de San Francisco en 2008.


Esas tres
lesiones le hicieron perder alrededor de 250 juegos, le costaron el puñado de
hits que necesitaba para dar 3.000 y pusieron fin a su último período como
jugador titular.


En aquel
inicio, en 1990, la dolencia le hizo empezar la zafra en las menores, para
seguir una larga rehabilitación que duró 48 encuentros. Pero Quiñones no estaba
ya con el equipo, había sido cambiado a los Piratas y Lefebvre le esperaba para
devolverle la posición.

El camino a la fama. El verdadero
estrellato de Vizquel comenzó al dejar Seattle. Estuvo cinco años con los
Marineros y ganó un Guante de Oro, el primero, en 1993. Hasta demostró que era
capaz de batear, al ligar para .294, con .340 de promedio de embasado, en 1992.
Pero todavía era un buen infielder defensivo más. En Cleveland floreció como
pieza angular de un equipo ganador.

El
torpedero se había convertido en un pelotero costoso para su organización
original, una franquicia de mercado pequeño, acostumbrada a los récords
perdedores. Le faltaba un año para declararse agente libre cuando llegó otro hecho
providencial para él: fue cambiado a la tribu por Félix Fermín, Reggie
Jefferson y una suma de dinero.


Así comenzó
la mejor parte en la carrera de Vizquel.


Los
aborígenes terminaron segundos en 1994, pero desde 1995 comenzarían una época
dorada, al ganar la división, la Liga Americana y llegar a la Serie Mundial en
ese campeonato.


Carlos
Berga fue el compañero de dobleplays del venezolano.
Jim Thome, Manny
Ramírez, Albert Belle, Kenny Lofton y Eddie Murray cargaban con la ofensiva. Orel
Hershiser y José Mesa encabezaban el staff de lanzadores.

Los Indios se convirtieron en una dinastía que avanzó a los
playoffs por cinco temporadas consecutivas y en seis de siete intentos.
Conquistaron seis títulos divisionales y dos banderines de la liga. Sólo les
faltó ganar el clásico de octubre.

Vizquel y Thome fueron las únicas piezas centrales que se
mantuvieron de principio a fin en esa maquinaria. Ni siquiera tuvo continuidad el
manager Mike Hargrove, que fue sustituido en 2000 por Charlie Manuel. Ramírez,
Belle, Lofton, todos partieron.

Sólo Vizquel y Thome recibieron contratos multianuales y
estuvieron hasta el final de la dinastía, a semejanza de lo que 15 años antes
ocurrió con el ídolo del caraqueño, David Concepción, el pelotero en cuyo
homenaje escogió llevar el 13 a la espalda durante casi toda su carrera y quien
fue el único miembro de la Gran Maquinaria Roja a quien Cincinnati conservó hasta
el final.

En Cleveland ganó fama y leyenda. Fue escogido para tres
juegos de estrellas. Formó, con Roberto Alomar, la combinación alrededor de
segunda más vistosa que muchos han visto. Bateó .333 en 1999. Robó casi 300
bases en 11 temporadas. Anotó 100 carreras en dos ocasiones. Dejó una sólida
línea ofensiva de .283/.352/.379.

“Me hubiera gustado dar más jonrones, es lo único”, confesó,
mucho después.

A ese brillante palmarés añadió otros ocho guantes de oro,
para llegar a nueve en su carrera e igualar el récord de Luis Aparicio para
torpederos del joven circuito.

Otra lesión en la rodilla anunció el principio del fin de su
mejor época en la gran carpa. Se ausentó a casi 100 partidos en 2003, y aunque
regresó con .291 de average en 2004, los Indios decidieron dejarle ir como
agente libre, para darle el chance a su principal prospecto de entonces, Johnny
Peralta.
Regreso en oro. El invierno boreal fue especialmente largo para Vizquel en
aquella ocasión. Casi firma como agente libre con los Medias Blancas de Chicago,
hasta que aceptó cambiar de liga y pactar con los Gigantes de San Francisco.
Fue otro suceso providencial.

Vizquel revivió su carrera en la Nacional y lo hizo en una
ciudad cosmopolita, donde podía explorar la vena artística que había asomado en
Cleveland.

En San Francisco volvió a ser figura. Bateó .271 y .295 en
sus primeros dos torneos, ya a punto de cumplir 40 años de edad. Robó casi 50
bases entre ese par de campeonatos. Más importante todavía, ganó otros dos
guantes de oro, para llegar a 11. Sólo el inmortal Ozzie Smith ha ganado más
galardones dorados que él, contando entre los paracortos.

De esa época data su logro más querido en la defensa: “El
Guante de Oro número 10, porque siempre me comparaban con Aparicio. Cuando gané
el décimo rompí la marca de un ídolo indiscutible”.

También comenzaron a caer en su poder varios registros
históricos, los frutos de su largo recorrido. Se convirtió en el shortstop con
más juegos en la posición y el que tiene más dobleplays.

Otra lesión en la rodilla anunció el término de su último
período de brillo. En 2008 únicamente apareció en 92 choques y después de eso los
Gigantes le dejaron ir como agente libre.

“Me siento orgulloso de jugar tantas temporadas”, proclamó
Vizquel. “Hay muchas cosas que pueden influir en el retiro de un pelotero: que
ya no te firmen, que no te den más chance. Te enfermas, te lesionas, tienes
problemas familiares”.

A punto de cumplir 41 años de edad, decidido a no despedirse,
el capitalino inició una nueva etapa como jugador de reserva con los Rangers de
Texas, los Medias Blancas y los Azulejos de Toronto. Hizo lo que no pudieron
Concepción, Andrés Galarraga, ni siquiera Vitico Davalillo: seguir arriba hasta
los 45.

Alargar el momento del adiós le ganó nuevos adeptos en
la prensa estadounidense. Muchos hablan de él como “el futuro miembro del Salón
de la Fama”.

A Vizquel no le gusta mucho hablar de Cooperstown. Prefiere
hablar de su amor por el juego, el motivo por el que siguió en acción.

“Es bonito que un pelotero se mantenga por tanto tiempo”,
aseguró.

Especialmente al recordar que ese pelotero apenas estaba
empezando a batear cuando adelantó su llegada a las grandes ligas.
De clásicos y
pelotazos
La imagen de Omar Vizquel en el banco de los Indios de
Cleveland, durante la celebración de los Marlins de Florida, en el séptimo
juego de la Serie Mundial de 1997, es uno de los recuerdos imborrables de aquel
clásico.

El caraqueño permaneció triste, inconsolable, silencioso.
Aquel festejo pudo haber sido el suyo y de sus compañeros, si José Mesa no
desperdicia el salvado que ha debido terminar con la cita.

“Yo quería que el último batazo me lo dieran a mí”, confesó
Vizquel, tiempo después.

En su autobiografía, Omar!
Mi vida dentro y fuera del campo
, el torpedero recordó aquel episodio que
tanto dolor le ocasionó en 1997… y que tanto dolor le traería en los torneos
por venir, al causar la ira de Mesa.

“Los ojos del mundo estaban enfocados en cada uno de nuestros
movimientos. Desafortunadamente, los ojos de José estaban vacíos. Completamente
vacíos. No había nadie en casa. Casi era posible ver a través de él. No mucho
después de que yo mirara esos ojos, desperdició el rescate y los Marlins
empataron el juego”.

Mesa prometió venganza y dio pelotazos a Vizquel en las
siguientes veces que se enfrentaron, luego de la publicación del libro. Le tiró
a pegar incluso en spring training.

Para el shortstop, fue la herida más grande en su carrera: habiendo
estado tan cerca, no poder ganar la Serie Mundial.
Publicado en la revista Todo Sobre, número 9.
Ignacio Serrano
Ignacio Serranohttps://elemergente.com/
Soy periodista y actor. Escribo sobre beisbol desde 1985. Dirijo ElEmergente.com. Soy comentarista en el circuito radial del Cardenales de Lara y en Televen, tanto en las transmisiones de la LVBP como en la MLB. Premios Antonio Arráiz, Otero Vizcarrondo y Nacional de Periodismo.

4 COMENTARIOS

  1. De nuevo, gracias por este articulo sobre Vizquel pelotero a quien hemos visto crecer, desarrollarse, triunfar y mantenerse, asi como bendecido superando obstaculos cambios y decepciones como lanque bien nos recordaste, ese anillo que nunca gano pero que la vida lleno de muchas otras satisfacciones. Gracias

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