Un tributo a uno de los primeros peloteros estelares que recuerda mi infancia
Ocurrió hace unos 35 años. Estábamos sentados en los bancos
de madera de la tribuna de la derecha, en el estadio Universitario. Es uno de
nuestros recuerdos más queridos, los del tiempo en que, con 10 u 11 años de
edad, íbamos al parque de la UCV de la mano de papá, a disfrutar del deporte
que había conquistado nuestro corazón.
En esos bancos aprendimos muchas cosas,
gracias a la enseñanza paterna: aprendimos que al adversario hay que
aplaudirlo, porque sin su esfuerzo no hay espectáculo y porque más grande es la
victoria de nuestro equipo si el contrario es un rival formidable; aprendimos
del juego, por supuesto; y aprendimos a rendirle homenaje al juego a través de
la admiración por las figuras que habían entregado el testigo a los astros del
presente, leyendas como Oswaldo Blanco, Gonzalo Márquez, César Tovar, Gustavo
Gil o Ángel Bravo.
que los Tiburones realizaron a Bravo, retirando para siempre su número 8 y
haciendo un recuento de la colección de estadísticas y récords que posee el
zuliano en la franquicia.
Fue una iniciativa conmovedora, por muchos motivos:
porque el ex grandeliga merece ese tributo y más; porque permite a las nuevas
generaciones descubrir que hay un pasado glorioso, gracias al cual hoy se
llenan los estadios; y porque, como parte de la conmemoración del quincuagésimo
aniversario de La Guaira, todos los peloteros litoralenses vistieron la réplica
de los uniformes que la escuadra del recordado Pedro Padrón Panza usó en la
temporada 1962-1963.
(Qué feliz idea, esta de recordar la historia con los
uniformes y los héroes de antaño. Ojalá iniciativas como esta de los escualos abunden
en todos los escenarios, en lugar de sólo ver escuadras cambiando de colores y
diseños cada temporada, variando incluso sus camisetas tradicionales, las que
aprendimos a amar.)
lo trajo de la liga centro-occidental cuando ésta desapareció, en 1963. Muchas
estrellas zulianas y larenses llegaron a la liga central de ese modo,
incluyendo al mismísimo Luis Aparicio, venido en el mismo barco con Bravo.
El outfielder
apenas estaba en la primera parte de su carrera. Le faltaban seis o siete años
para llegar a las mayores con los Medias Blancas, jugar luego con los Rojos y
terminar con los Padres. Fue uno de los primeros bigleaguers de la expedición
nacional.
El marabino fue tan célebre en su tiempo por la rapidez de sus
piernas y la velocidad de su bate como lo es todavía por su locuacidad. Puede
resultar imparable, si de contar anécdotas o hacer chistes se trata. En todas
las tonalidades.
Célebre es el relato de esos tiempos iniciales. Padrón, por
regionalista o por ahorrativo, que de ambas cosas tenía fama, alojaba a sus
jugadores en una pensión en La Guaira. Allá iban a parar importados, novatos y
futuros miembros del Salón de la Fama, porque hasta Aparicio se alojaba en la
pensión. Ese campocorto que en las mayores dormía en hoteles de cinco
estrellas, al reportarse a los Tiburones se alojaba en una casa de vecindad.
A
Bravo le faltaba mucho para ser ese veterano cuyo recuerdo atesoramos desde
hace 35 años, en la primera memoria que guardamos de él: corriendo en tercera
base. El bateador dio un foul fly que el antesalista fue a tomar pegado de los
tubos que daban al terreno, un poco más atrás de la actual caja de los
fotógrafos. Cuando volteó, vio despavorido cómo Bravo se había ido al home, en
pisa y corre. El tiro llegó tarde y el veterano anotó con ese elevadito a
tercera.
Con esa pimienta jugaba Ángel Bravo. Así ganó su inmortalidad.
Publicado en El Nacional, el lunes 5 de noviembre de 2012.