Violencia y beisbol

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El Emergente
Por Ignacio Serrano

El martes, al ver salir por la izquierda el jonrón de Oscar
Salazar, en Valencia, la esposa del pelotero y otros allegados que presenciaban
el encuentro en la tribuna de la derecha se levantaron de sus asientos y
alzaron los brazos con gozo. De inmediato, un grupo de desadaptados comenzó a
gritar insultos y proferir amenazas.

El ánimo se caldeó, la situación estuvo a punto de llegar a
mayores y sólo la seguridad del estadio José Bernardo Pérez pudo evitar una
tragedia, al escoltar a la dama, a sus familiares y acompañantes, lejos de los
violentos.
El miércoles, cuando José Gil coronó la ofensiva de los
Caribes con otro cuadrangular, un verdadero baldazo de agua helada sobre el
Magallanes y sus seguidores, algunos aficionados de la tribu sentados en los
palcos de primera base empezaron a celebrar. El anhelado título estaba al
alcance.

Esta vez la seguridad no llegó a tiempo. Trozos de hielo
fueron arrojados como proyectiles. Una lluvia de cerveza cayó. Hubo insultos,
puños en alto, labios rotos. Desde nuestra posición en el parque, vimos con
alarma y congoja cómo una decena de exaltados, tal vez más, trataba de saltar
sobre las sillas para ir en busca de los seguidores rivales, a pesar de los
intentos de otros fieles de los turcos, que buscaban contener a los salvajes.
Empleados de la nave, por fin, lograron aquietar las aguas.
“La casa se respeta”, soltaban entre gritos los violentos,
para justificar su ira.
El gesto procaz de algunos más, realizando el “corte de
manga” o enseñando el dedo medio a los vencedores, abajo, en el diamante, fue
el infortunado epílogo a esto.
La celebración del campeón volvió a verse empañada por
episodios lamentables, por tercer año consecutivo. Hoy fue Anzoátegui, ayer
Magallanes, antier Aragua o Caracas. No importa el color del uniforme. Se está
volviendo costumbre que algunos intolerantes, embriagados en alcohol y
frustración, drenen su molestia de esa forma. Ya basta.
Sólo la liga y los equipos pueden poner punto final a esto,
y deben hacerlo antes de que se convierta en un espiral imparable.
Esta temporada de nuevo hubo peloteros golpeados, como pasó
con Jesús Pirela en Barquisimeto. De nuevo hubo graves amenazas proferidas por
las redes sociales contra directivos de divisas en mala hora. De nuevo hubo una
final en la que la violencia le roba espacio al valor más fundamental de la
práctica deportiva: que se aplaude al vencedor y se respeta al vencido.
En medio de esta violencia cotidiana que nos persigue en las
aceras, en las calles, en los discursos, en las colas, en el día a día; en
medio de esta sociedad crispada que vamos siendo, el beisbol puede ser todavía
un bálsamo, un oasis y un refugio.
Puede ser mucho más que eso, incluso. Puede ser el espejo
donde veamos que pensar diferente no mata, sino enriquece. Que la diversidad no
sólo es sana, sino necesaria. Que el esfuerzo de los adversarios engrandece
nuestras propias victorias y justifica las derrotas. Que el deporte es un
espectáculo y un entretenimiento, no una guerra fratricida. Y que ese
entretenimiento tiene la grandeza de permitirnos reforzar los valores que más
necesitamos hoy en nuestro adolorido país.
Es tarea de la liga y los equipos intervenir de manera
vigorosa, y hacerlo ya. ¿Por qué siguen pasando los episodios de violencia, sin
que haya comenzado una campaña en nuestros estadios, reforzando esos valores e
instando a la fanaticada a respetar al equipo contrario, a sus propios
parciales y al deporte que amamos?
No es costoso llenar de pendones nuestros parques y realizar
un video donde los propios jugadores de cada equipo le expliquen todo esto a
sus aficionados, día tras día, de octubre a enero.
No es costoso hacer de cada parque como hacía el Metro en
los años 80 y 90, cuando bajar sus escaleras y entrar a sus estaciones era casi
como estar en otro país, sin violencia, malos tratos ni suciedad. Y que eso
irradie desde los diamantes hacia toda la sociedad. Es posible y necesario.
Competir, ganar títulos, recoger el dinero que permita
competir nuevamente y aspirar a más coronas, eso es importante. Pero nada
importa más que cuidar el pasatiempo nacional. Evitar que se convierta en lo
que se nos han convertido tantas otras cosas.
El ejemplo del fútbol nacional está allí, como una gran
verruga en el rostro. Allá han permitido que los desafueros de las barras
bravas se hagan reiterados, vaciando los estadios de público e ilusión.
Que no ocurra lo mismo en los diamantes. Que no perdamos esa
gran alegría que todavía nos da nuestro beisbol.

Publicado en El Nacional, el viernes 30 de enero de 2015.
Ignacio Serrano
Ignacio Serranohttps://elemergente.com/
Soy periodista y actor. Escribo sobre beisbol desde 1985. Dirijo ElEmergente.com. Soy comentarista en el circuito radial del Cardenales de Lara y en Televen, tanto en las transmisiones de la LVBP como en la MLB. Premios Antonio Arráiz, Otero Vizcarrondo y Nacional de Periodismo.

5 COMENTARIOS

  1. Lamentable situación, tanto como ciertos titulares y diagramación en algunos titulares y prensa especializada en deportes, así como las declaraciones del Manager de Magallanes.

  2. Como siempre, total y absolutamente de acuerdo contigo, pana Ignacio. Hay que ponerle coto a tanta verguenza. Esto no hace mes que desprestigiar a la liga y a el eapectaculo en si

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