Jorge Pasquel, el dueño del beisbol

Fecha:

Jorge Pasquel (derecha) junto a Babe Ruth, durante la visita del Bambino a México

Por Joaquín
Villamizar
La historia del
diamante
Hoy vamos a hablar de una época de oro del beisbol mexicano,
ocurrida entre 1940 hasta 1951. Para eso, tenemos  que imbuirnos en la historia de Jorge Pasquel
(“El Dueño del Beisbol”), un próspero empresario mexicano que intentó igualar la
pelota de México con la de Estados Unidos.
Nació en Veracruz, el 23 de abril de 1907. Cuando llegó al
mundo ya era muy rico. Su padre, Don Francisco Pasquel Landero, hizo mucho
dinero a finales del Siglo XIX con una fábrica de cigarrillos. Terminando esa
centuria, abandonó ese negocio para ingresar con éxito en el mundo aduanero con
su hermano Joaquín.
El hermano mayor de Jorge se llamaba Bernardo y juntos
abordaron el negocio del beisbol. Jorge se casó con Ernestina, hija del presidente
de México por aquel entonces, Plutarco Elías Calles. Así conoció a quien sería
su gran amigo y posterior presidente de la república (en 1946), Miguel Alemán,
y su negocio aduanero consiguió la bendición oficial del Gobierno Federal.
Su matrimonio no duró mucho y llegó a ser un playboy,
relacionándose con mujeres bellas y famosas, incluyendo a María Félix.
En 1940, compró al club de beisbol “Los Azules de Veracruz”,
con el que ganó tres campeonatos, siendo su manager, incluso, por dos
temporadas). Compró también el parque de beisbol “Delta”, para no tener que
preocuparse de ningún tipo de arriendo.
Pasquel pensaba que solamente importando a los mejores jugadores
era posible elevar el nivel del beisbol en el país (fue una especie de George Steinbrenner
azteca), ya que así animaría  a los
jugadores mexicanos a mejorar y se lograría que el espectáculo se convirtiera
en  un verdadero negocio. Y, desde ese
mismo año 1940, comienza a comprar peloteros de las Ligas Negras, que en
Estados Unidos no recibían ni 1.000 dólares anuales como salario y él les
pagaba entre 2.000 y 3.000 dólares, libres de impuestos, con automóvil y residencia.
Jorge llevó a México a los mejores de esas ligas, entre
ellos a Monte Irvin (un excepcional jardinero), Joshua Gibson (uno de los más
grandes jonroneros en la historia del beisbol), Ray Talúa Dandridge (quien
tenía las piernas muy arqueadas, sufría de Genu Varum, pero era tan excelso a
la defensiva en la tercera base que según la leyenda: “Puede pasar un elefante por
esas piernas cambadas, pero nunca un rolling”). Igualmente contrató a los
cubanos Martín Dihigo, Lázaro Salazar y Ramón Bragaña.
Hay una anécdota de esa época inicial. Los Azules perdían
2-1 con el Puebla y en el noveno inning, con hombre en primera, vino a batear
el tercer bate, Monte Irvin. Pasquel le gritó desde la tribuna: “¡Monte! ¡Monte!
¡Tienes mil dólares si sacas la bola! ¡Pero si no, me debes una cena!”.
Irving contó esta anécdota en los días en que fue asesor del
Comisionado Bowie Kuhn y dijo: “Yo no podía hacer otra cosa que aceptar el
reto. Le asentí con la cabeza”. La línea conectada pasó por encima de la barda
del leftfield y cayó en el Cementerio Francés (detrás del parque Delta). A los tres
días, Pasquel lo invitó a cenar y, cuando le entregó el cheque, le dijo: “Creo
debo descontarte 200 dólares de aquí, para reparar la tumba que destrozó tu
batazo”.
En 1943 habló con otros jugadores de Ligas Negras, como
Quincy Trouppe (un gran receptor) y con Theolic Smith (un excelente bateador). Ellos
rehusaron, ya que habían sido llamados por el gobierno de Estados Unidos para ser
empleados en una fábrica de armamentos, en plena Segunda Guerra Mundial. Pocos días
después, ambos recibieron notificaciones consulares del gobierno de México,
informándoles que sí podían jugar. Que Pasquel se comprometía, a cambio, a mandar
a 80 mil mexicanos a trabajar en la fábrica.
La economía estadounidense había decaído por la guerra y le
pagaban poco a los peloteros que no eran llamados a servir a la patria.
Entonces, Pasquel aprovechó la oportunidad y comenzó a fichar jugadores de
Grandes Ligas, como, Max Lanier (gran pitcher) y Lou Klein, de San Luis. También
a Mickey Owen y a Héctor Rodríguez Olmo, de los Dodgers, a George Hausmann, de
los Gigantes, Vernon Stephens y Ray Hayworth, de los Cafés de San Luis, y a Sal
Maglie (que posteriormente ganaría 23 juegos en una temporada en las Mayores y
a quien le pagó 39.000 dólares por 3 temporadas, más un bono de 5.000 dólares y
todos los gastos suyos y de su esposa. Maglie ganaba 6.000 dólares en las
Mayores).
El Comisionado de las Grandes Ligas,  Happy Chandler, preocupado, amenazó a los que
se iban con suspenderlos de las Grandes Ligas por cinco años. Pero nunca cumplió.
Después de la guerra, este pintoresco millonario mexicano envió
a Joe DiMaggio y a Ted Williams, nada menos, cheques en blanco para que los
firmaran y jugaran para él en México. Pero rechazaron. Y casi contrató a Phil
Rizzuto.
Hay una anécdota hermosa con Babe Ruth. Éste fue invitado en
1946 por la Liga Mexicana a pasar unos días en México como Huesped de Honor (cuando
ya Ruth tenía 11 años retirado, dos años antes de su muerte). Una tarde en que
coincidieron en las tribunas Ruth y Pasquel, en un juego de los Azules, el
magnate le pidió a Ruth, antes de iniciarse el juego: “Quisiera verte sacar
unas pelotas en éste, mi parque Delta, amigo Babe. Sé que no has perdido tu
poder, puedes batear”.
Ruth sonrió y juntos bajaron al terreno. El manager de los
Azules, Ernesto Carmona, llamó a Ramón Bragaña, uno de los mejores pitchers
cubanos de la historia. Ruth se quitó el saco y le preguntaron cuál bate
quería. Contestó: “¡El más pesado! ¡El más pesado!”. Pero Bragaña le empezó a
tirar sus mejores lanzamientos. Pasquel se enojó con Bragaña y le hizo señas a
Carmona, que entró y le dijo a Bragaña: “Tu misión es ponerle la pelota para
que la saque. Tiene 11 años que no toca una pelota”. La respuesta del antillano
fue: “Nunca le he puesto la pelota a nadie. El que se para ahí tiene que ingeniárselas
para conectarme. Estuvieron a punto de liarse a golpes. Entonces, llamaron a
Alberto Romo, quien había sido el mejor pitcher mexicano, pero ya entonces
tenía 34 años, estaba en el último año de su carrera y era coach. De siete
lanzamientos, Ruth conectó seis. Tres fueron para la calle, uno fue un fly que
aún no ha caído y dos salieron en línea. La gente aplaudió enloquecida.
Pasquel abrazó a Ruth y le dijo: “Te felicito en nombre de
toda la afición de México, muchas gracias”. Los periodistas interpelaron a Ruth
acerca de los lanzamientos de Bragaña: “¡No los ví!”, respondió. Igualmente hablaron
con Bragaña, que dijo: “Me ponen a un niño de siete años con un bate y le lanzo
igual que a Ruth”. Durante semanas, la gente habló de la hazaña de Ruth y mostró
su descontento con Bragaña.
A finales de los años 40, hubo pérdidas para Pasquel, causadas
en gran parte por los altos honorarios a sus jugadores. Los peloteros de la
época coinciden en que la falta de buenos estadios fue la causa principal de la
caída de aquel beisbol.

Pasquel, estuvo en los diamantes hasta 1951, cuando, con él
como manager, su equipo ganó el campeonato. Pero, decepcionado, se retiró del
beisbol ese mismo año.
Jorge Pasquel murió como vivió, violentamente y adelantado a
su tiempo. El 7 de mayo de 1955 falleció trágicamente en un accidente de
aviación. Un gran hombre se había ido. Es historia, amigos.
Joaquin Pablo Villamizar Baptista

Fuentes: El verdadero Jorge Pasquel, por Teódulo Manuel
Agudis. Jorge Pasquel and the evolution of the Mexican League, por Gerald V.
Vaughn y Jorge Menendez. Diario New York
Daily News
, Mayo 12, 1949. Cinco mil años de Beisbol, por Juan Vené
.
Ignacio Serrano
Ignacio Serranohttps://elemergente.com/
Soy periodista y actor, y escribo sobre beisbol desde 1985. Durante 33 años fui pasante, reportero y columnista en El Nacional, ESPN y MLB.com, y ahora dirijo ElEmergente.com. También soy comentarista en el circuito radial de Cardenales de Lara y Televen. Premios Antonio Arráiz, Otero Vizcarrondo y Nacional de Periodismo.

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