Señores: don Luis Aparicio, con la narración de Alfonso Saer

Fecha:

El gran Luis Aparicio,
único venezolano con una placa de bronce en Cooperstown, llega este miércoles a 86
años de edad y uno de los periodistas deportivos más reconocidos del país le
dedica un verdadero ensayo, una crónica que es análisis y es recuerdo. Tiene de
sobra con qué hacerlo, pues además de seguir muy de cerca su carrera, comparten
amistad desde la llegada del ídolo a Barquisimeto
Por Alfonso Saer
El Narrador
De niño uno sentía que era Luis Aparicio, aquel joven nacido
en la calle Guayaquil de Maracaibo. Vestíamos imaginariamente con la
indumentaria de los Medias Blancas para simular una jugada en el fondo del abanico,
ensayar en la tierra de un solar inmenso algún robo de base, o estampar un
toque de bola en un recodo del barrio que nos albergaba.
Quizás por la descendencia española de su apellido paterno,
Luisito intentó ser portero. Le propinaron, cuentan, una patada en la espinilla
y hasta allí llegó la breve incursión. No supimos, ni sabremos, el nombre de
aquel infractor. Se lo agradecemos de todas maneras.

Ese foul contra el niño que defendía la meta del Guaraní,
hizo que el frustrado imberbe buscara otros horizontes. El apellido Montiel de
Doña Herminia, una vena de los guajiros zulianos, se le fue a la cabeza al
chamo que de vez en cuando hacía mandados dándole a piso y paredes con una
pelota de goma.
Mientras su padre Luis, llamado El Grande, aún deslumbraba
como campocorto  en el profesional venezolano, Luisito caminaba por la
senda que el destino le guardaba. En su mente acogía la orden profética de su
protector y guía.
“Tenés que ser mejor que yo, el número uno, si es que vas a
ser pelotero”, le habría ordenado aquel flaco de guante mágico que desvelaba a
los pastoreños y alentaba a los gavilaneros, por años y décadas. Rivales
irreconciliables en el viejo estadio “Alejandro Borges”. Eran una suerte de
caraquistas y magallaneros zulianos.
Venido al mundo el 29 de abril de 1934, Luis Ernesto
Aparicio Montiel estuvo en una hilera interminable de clubes de liga menor. Uno
de los mejores fue el Valdespino capitalino, por allá en 1949, cuando el junior
solo tenía 15 años de edad. También fue ficha del Policía de Caracas y el
Gavilanes B, especie de sucursal menor del conjunto estelar.
El nexo de nuestro personaje con la tierra larense viene de
mediados del siglo pasado. A Don Antonio Herrera Gutiérrez, el querido,
celebrado y nunca olvidado mentor de Cardenales, no se le trababa la mano en el
bolsillo cuando de contratar figuras se trataba.
En 1953 hizo lo imposible por llevarse al hijo de El Grande
para Carora. Tratando de justificar un sueldo que Luisito no andaba buscando,
le dio el cargo de boticario en una de las tantas farmacias que ayudaban al
sostén de sus pájaros rojos. Era un simple formalismo.
Creo que el mejor remedio que Luis ha expendido en su vida
ha sido para curarnos nuestros pesares, los males del ánimo y el alma con sus
fabulosas jugadas. En Cardenales de Carora bateó de 32-11 (.365) y fue líder en
anotadas y robos.
Luis jugó en la Serie Mundial Amateur de 1953. Tuvo que
llegar a Caracas aprovechando una colita en la camioneta del diario Panorama.
El shortstop titular de Venezuela era Román Vílchez, quien,
junto con Alfonso Bracho,  se erigía como uno de los reputados torpederos
de la época.
No fue el dueño de la posición en el evento mundialista.
Estuvo en el jardín izquierdo. Igual resultó el mejor estafador, anotador y
defensor de la competencia.

A los 19 años de edad el mozo gavilanero estaba listo para
el salto crucial. Prepararon la ceremonia de entrega del guante y el bate para
el 17 de noviembre de 1953.

Lo llamaron a Carora para informarle que su padre, cansado y
ansioso, quería hacer el transporte de su guante maravilloso al hijo en
desarrollo.
Uno se atreve a creer que La Chinita no estaba en sintonía
con la fecha. Se desparramó uno de esos chaparrones enormes que ocurren en
Maracaibo.
La Chiquinquirá se salió con la suya. A los designios
divinos nadie se opone. Fue entonces el domingo 18 la despedida de uno y la
llegada de otro.
Cambiaba la figura, pero la elegancia, habilidades, bondades
del creador, eran las mismas. Se transmitían por la infalible genética.
Howie Fox hizo un pitcheo desviado y allí mismo Luis
«El Grande» se apartó del plato. Llamó a su hijo y le entregó el bate
para que completara el turno.
Ya el guante había cambiado de dueño en el acto previo.
Hasta Doña Adelina Ortega de Aparicio, la abuela de 88 años de edad, estaba en
el abarrotado parque.
Era el momento de la transición anhelada, generadora de
expectativas. Dalmiro Finol decía que uno era la sombra del otro.
No se equivocó el segunda base del Gavilanes, derrotado en
esa fecha por el Pastora, 7-4. Una referencia histórica acota que en 1945, en
Venezuela, Jackie Robinson y Roy Campanella se quitaron la gorra para rendirle
honores al viejo Aparicio Ortega.
Comenzaba allí, en ese día de la patrona zuliana, una rica
trayectoria que obliga a utilizar el poder de síntesis.
El paso de Luis por las menores fue breve. Arriba sabían que
tenerlo abajo era una pérdida de tiempo. Dos años en las granjas y de una buena
vez el compromiso serio de hacerlo debutar en las Mayores en 1956. Con el
Waterloo A no se robó ni una base. Pero sí en el Memphis Doble A, donde estafó 48.
Quiso Dios, aliado del tesón y el sacrificio, que Aparicio
se estrenara en Grandes Ligas el 17 de abril de 1956 al frente de Alfonso
Carrasquel, uno de sus mentores y consejeros, en la grama corta de Cleveland.
El Chico era el ídolo nacional y, reconoce Luis, que aquel
lo instruyó debidamente para soportar los duros avatares de los inicios en la
profesión en un país extraño, complicado.
Se fue de 3-1 en la escuadra de su llave Nellie Fox, Orestes
Miñoso y Larry Doby, entre otros.  En una emotiva carta a su madre
Herminia, el junior escribió al final: “dile a papá que mi deuda con él está
cancelada”.
Novato del Año en ese 56, bateó .266, con 142 hits, el
creciente rey de la grama corta comenzó a rotular estadísticas envidiables.
Por nueve años acaparó el liderato en robos, alcanzando los
50 escamoteos en tres oportunidades, camino de los 506 que atrapó en su
esplendente trayectoria.

Fueron 10 torneos en dos épocas los que vistió la franela de
los patiblancos, su divisa más querida de Grandes Ligas, en el Comiskey Park.

El matrimonio con la portorriqueña Sonia Llorente,
procreando cinco hijos, ha sido el extrabase de mayor alcance del maracucho.
Una combinación maestra.
Estaba recién llegado al gran mundo de las mayores cuando ambos
quedaron prendados para siempre.
Buscábamos ansiosos la onda corta y a la Cabalgata Deportiva
Gillette de Buck Canel, Musiú Lacavalerie y Felo Ramírez, para degustar la
Serie Mundial de 1959, la primera para un venezolano.
Entonces se jugaba por las tardes la cita máxima del
beisbol. Luis y Nellie Fox empujaron a Chicago hasta el gallardete de la
Americana.
Fue de tal vigor el remezón del dueto que el criollo quedó
segundo detrás de su carnal Nellie en la votación de más valioso, algo inédito
para una combinación short-segunda.
Bateó .308, de 26-8, en el clásico de otoño. La tropa de la
ciudad de los vientos perdió en seis juegos contra los Dodgers del naciente
Sandy Koufax.
La revancha se cumplió en 1966 cuando Aparicio militaba en
los Orioles, junto a los Robinson (Frank y Brooks), Dave Johnson y Boog
Powell.
Nadie pensaba en una barrida contra la escuadra californiana
que reunía entre  otros talentos a Sandy Koufax en su esplendor, y Don
Drysdale, más tarde huéspedes contemporáneos en Cooperstown.
Pero el zurdo Dave McNally ganó dos y el par restante estuvo
a cargo de Jim Palmer y Wally Bunker. Se cumplía pues el sueño de verse
engalanado con un anillo de campeón. Y en una resolución de cuatro careos.
Cuando este marabino de excepción decidió hacer mutis a los
39 años, para nada estaba acabado. Boston lo dejó libre pese a batear .271 en
499 turnos y llovieron las ofertas.
La tierra del sol amada y la familia de amor ardiente lo
llamaron a casa. Detrás quedaron 2.599 juegos, 11.230 turnos, 2.677 hits, 8.016
asistencias, 1.533 doble plays, entre otros caracteres estadísticos del junior
zuliano.
Pero lo mejor no aparece en los números. La gracia,
habilidad, certeza, aplomo, oportunismo, elegancia, atrapadas de ensueño no se
insertan en los box score. Eso lo tenemos acuñado en la memoria.

EL ÍDOLO DE LA
INFANCIA.
Este cronista era jefe de deportes del centenario y pugnaz diario
El Impulso, cuando Luis Aparicio bajó del avión para encargarse de Cardenales
de Lara.
Fue el primer contacto con el ídolo de mi infancia. Su
acceso a las riendas de los alados parecía una especie de pago postrero que
hacía a Toñon Herrera, desaparecido en la tragedia aérea de tres años atrás en
Grano de Oro.
No tuvo suerte en dos campañas como manager. La suerte la
tuvimos nosotros al recibir los destellos finales de su clase fildeadora.
En la tierra de los Carrasquel, Hernández, Concepción,
Vizquel, Guillén y demás connotados ases de la posición, el junior se
aproximaba al adiós con la enseña guara, uno de los uniformes que ha vestido
con más orgullo y cariño.
Hubo una temporada más y fue al retiro tras la 1974-75 con
Zulia. Había sido león (54-55), tiburón, cardenal y aguilucho.
Sumó 13 calendarios beisboleros en el país con la Liga
Central y el resto en la Occidental. Su arrojo, jerarquía y liderazgo siempre
impusieron su férreo carácter, amante de la disciplina, mano de hierro en la
dirección de campo, responsabilidad suprema en los actos de la vida. Son
elementos indispensables en los triunfadores.
Detrás quedaba la Liga Occidental de Gavilanes y Rapiños. Su
average de .415 en una campaña. La decisión de jugar desde el principio, aún
con sus vibrantes números en Grandes Ligas y ya declarado como el mejor
shortstop del planeta.
Había transformado a La Guaira desde 1962 en un elenco
ganador hasta de tres campeonatos en menos de una década.
Reforzaba sin miramientos a Venezuela en la Serie del Caribe.
Me parece escuchar a Delio Amado León narrando el jonrón con tres en bases de
Aparicio en la Serie Interamericana de 1961.
RECUERDOS QUE NO SE
OLVIDAN.
Sí, lo vi, con el uniforme color ladrillo de Cardenales. Aún en el
parque barquisimetano uno puede buscar en las ráfagas de los recuerdos para
añorar sus lances en el hueco, las jugadas hacia adelante, el fildeo con la
mano descubierta, algo que Omar Vizquel perfeccionó con su elegancia sin par; el disparo preciso, el salto atlético en el doble play, el tiempo medido para
la estafa, el toque acucioso para sacrificarse, el bateo detrás del corredor.
Bueno, son tantas las cosas que uno vio y vivió.
Unos 30 años atrás los giros de la vida, incidencias que no
faltan, llevaron a Luis hasta Barquisimeto. Vino, vio y se quedó.
A quienes visitan la tierra del cuatro y el crepúsculo los
recibimos con la música hermosa que prodigan nuestros artistas inmensos.
Cariñosamente les decimos barquisimetidos. Esta es su segunda patria chica.
Poco antes lo habían entronizado en el Salón de la Fama de
Cooperstown, uno de los episodios de mayor trascendencia en la historia
deportiva nacional.
Aquel agosto de 1984, única vez en los recuentos que
conocemos, el Himno Nacional fue entonado en medio de un partido de extrainning que se jugaba en Caracas.
Lágrimas y abrazos se fusionaron en el Universitario
mientras Delio Amado León suministraba la buena nueva tan aguardada con la solemnidad
de su voz grave, y Carlitos González, compañero de transmisiones de Luis ese
año en RCTV, decía con su jocosidad de siempre en la autopista regional del
centro que tenía de chofer a un huésped del nicho que recibe a los inmortales.
Deportista del Siglo 20 en Venezuela, distinción que lo
encumbra por encima de tantos atletas de relieve, Luis cumple 86 años y con su
timidez y recato de siempre apaga velas en la intimidad.
Este pelotero de excepción ha sabido llevar con presteza y
dignidad el peso de la fama, a veces irresistible y peligroso.
Un abrazo en el cual se fusionen admiración y cariño,
ilustre y estimado amigo.
Revisa otras notas de Alfonso Saer en El Emergente haciendo click aquí.

Sigue en Twitter a Alfonso Saer a través de su cuenta @AlfonsoSaer
Ignacio Serrano
Ignacio Serranohttps://elemergente.com/
Soy periodista y actor. Escribo sobre beisbol desde 1985. Dirijo ElEmergente.com. Soy comentarista en el circuito radial del Cardenales de Lara y en Televen, tanto en las transmisiones de la LVBP como en la MLB. Premios Antonio Arráiz, Otero Vizcarrondo y Nacional de Periodismo.

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