EL EMERGENTE
Por Ignacio Serrano
El problema no es el nuevo análisis aplicado al beisbol, el uso de la tecnología o la puesta en práctica de tendencias revolucionarias a partir de constataciones estadísticas.
El problema tampoco es la tradición, lo que aprendimos al enamorarnos de este deporte en nuestra juventud y el arraigo que sentimos por aquello que consideramos romántico en los diamantes.
El problema es creer que son posiciones incompatibles. Es cerrarse a la idea de que ha sido un paso evolutivo más en medio del muy largo proceso de evolución de la pelota.
Hoy todo es muy diferente a como era al comenzar el auge de la Época de los Esteroides, y ésta respecto a la Década del Pitcheo en los años 60, y ésta respecto al tiempo en que los jonrones desterraron el robo de base entre los 20 y los 50, y ésta respecto a la Era de la Bola Muerta, y ésta respecto a cómo se jugaba en las Grandes Ligas en el siglo 19.
Hay toda una cronología que permite seguir cada modificación y comprobar que «la esencia del beisbol», no ha sido estática y que puedes revisar aquí abajo.
Tradición y sabermetría no solamente son compatibles, sino que la una puede encontrar continuidad en la otra.
El aficionado promedio suele recordar con más afecto aquello que ya es pasado.
Las estrellas de antes eran mejores. La forma en que se jugaba no tenía par. Es lo lógico, porque ese sentimiento normalmente nos lleva a la mejor época de nuestras vidas, que suele ser la niñez, y por tanto a la admiración que desarrollamos no solo por las figuras consagradas en ese momento, sino también, y especialmente, por aquellos que ya no podíamos ver jugar y que formaban parte de la leyenda de nuestro pasatiempo.
Ni siquiera Ozzie Smith u Omar Vizquel se comparan con Luis Aparicio en el corazón de este cronista. Puede que hayan sido incluso mejores. Pero este columnista, que nunca pudo ver jugar a Aparicio, siente por el zuliano un respeto especial, la admiración del niño que escuchaba los cuentos de sus mayores, el entusiasmo de saber que su huella en la Gran Carpa fue tan, pero tan profunda, que cambió la historia de la MLB y logró una placa en el Salón de la Fama de Cooperstown, algo impensable poco antes para cualquier venezolano.
Pero los tiempos cambian. Y es posible verlo a simple vista, gracias a los documentos que tenemos a la mano.
¿Por qué ha variado tanto la mecánica de los pitchers? ¿Por qué ya nadie alza la pierna como Juan Marichal ni se columpia sobre el montículo como Sandy Koufax? ¿Por qué el windup hoy es compacto, rápido y carece de la teatralidad casi circense que vemos en aquellos serpentineros que nuestra memoria recuerda en blanco y negro?
La técnica ha cambiado, los uniformes han cambiado, la preparación física y la alimentación han cambiado. Todo ha evolucionado, en busca de perfeccionar el rendimiento de los peloteros.
Antes, «pelotero pequeño que levanta la bola es out», ¿recuerdan esa frase? Todos la escuchamos muchas veces (aunque quien escribe, que ya era altísimo, también era out cuando jugaba con los Criollitos, porque también era flaquísimo, y su amor por la pelota era mucho mayor que su habilidad para darle con fuerza).
Era cierto que los bajitos debían tratar de dar líneas o rodados, machucar la pelota y aprovechar la velocidad, porque antes era muy raro encontrar a un verdadero slugger. Era mucho más difícil botar la bola.
Antonio Armas le cuenta esta anécdota a quien quiera oírla: el primer gran jonronero de Venezuela en las Grandes Ligas nunca hizo pesas, porque hasta los años 80 se consideró contraproducente su utilización en el beisbol.
Se tenía poder o no se tenía. Dale Murphy decía que desarrollaba fortaleza en las muñecas hundiendo los puños en cuencos de arroz y rotándolos en ambas direcciones.
Arroz crudo. Ese era el programa de fortalecimiento físico que seguían algunos toleteros destacados hasta comienzos de los años 90. Arroz crudo para las muñecas. Hoy no solamente hay cuartos de pesas en todos los estadios, también se utilizan en el receso entre temporadas para desarrollar y mantener los distintos grupos musculares.
La alimentación es diferente, y aquellos jugadores que deseen ser mejores saben exactamente qué tipo de comida ingerir, qué suplementos usar, qué régimen de descanso y recuperación seguir. Y está la medicina deportiva, mucho más especializada, y tantos otros avances.
También están la tecnología y, por ende, la sabermetría. ¿Por qué vemos más jonrones que nunca, incluso en tipos bajitos y delgados, si la Era de los Esteroides ya terminó?
Sencillo: porque a todo lo descrito arriba se unió el análisis que permitió la tecnología. Y eso llevó a cambiar drásticamente el ángulo del swing. Vean los videos de José Altuve y aprecien la repetición en cámara lenta. Es de admirar cómo va de abajo hacia arriba, cómo levanta literalmente la pelota, aumentando sus posibilidades de lograr extrabases y sumar cuadrangulares.
Y no es solo Altuve. Den un repaso al swing de cada miembro de los Astros. Hace unos cinco años, poco más, la orden de la gerencia general fue trabajar ese ángulo incluso en las Ligas Menores, de modo tal de adiestrar a todos en esa organización en la búsqueda de los batazos largos. Los resultados (en jonrones y victorias) están a la vista.
El espíritu de la sabermetría existe desde siempre, desde que Henry Chadwick comenzó a publicar estadísticas en el siglo 19. Con ellas empezó a analizar lo que sucedía en el terreno, cuestionando lo que la «sabiduría tradicional» de entonces (sí, también entonces existía ese debate) decía sobre aspectos puntuales, como la defensiva y la habilidad para embasarse.
Es el mismo espíritu que llevó a los Dodgers de Brooklyn de Branch Rickey –el que contrató a Jackie Robinson– a crear el primer departamento de análisis estadístico aplicado al juego, hace ocho décadas ya.
No es retórica. Varios investigadores han hilado el tema. El más recomendable, porque es una lectura deliciosa y profundamente documentada, es The Numbers Game, el entretenido libro de Alan Schwarz.
La evolución que llevó a Earl Weaver a ser el primer manager que aplicaba drásticamente los platoons, según la mano del pitcher contrario, y que luego Tony La Russa llevaría al extremo de ser un ávido consumidor de estadísticas, como lo cuenta George Will en Men at Work, otro libro fundamental, esa evolución introdujo calladamente la sabermetría en Oakland, sin que tuviera ese nombre y gracias a La Russa y Sandy Alderson, su gerente general.
El problema fue la etiqueta. La cruda personalidad de Billy Bean y el retrato en blanco y negro que pintó Michael Lewis en el libro Moneyball, que creó bandos y trincheras, y separó a los puros de los revolucionarios, porque solo creando un mundo de genios y villanos podría lograr la emoción que genera su relato –y vender más–.
Ni Bean fue el primero ni lo que pasaba era una ruptura de golpe. Era parte de una evolución, que a partir de ese texto y del éxito de los Atléticos impulsó acelerada y drásticamente su uso y divulgación. Pero también la innecesaria animadversión entre esos «bandos».
El nuevo análisis tiene dos vertientes claras: su aplicación práctica y su discusión teórica. Esta última es la que causa más antipatías, porque exige más tiempo, lecturas y reflexión. De ella derivan las fórmulas que causan disgusto en algunos y que permiten evaluar mejor ciertos aspectos del juego: WAR, BABIP, wOBA+, WPA, wRC+ y tantas otras.
Siglas y numeritos. Puras siglas y numeritos. Ha sido siempre parte fundamental del beisbol. Llegado el siglo 21, era lógico que alcanzara este desarrollo. Ha pasado en todas las áreas, en todo el globo.
La aplicación práctica es menos rebatible, porque allí están los hechos: los Rays se metieron en la Serie Mundial con un equipo de bajísimo presupuesto; la defensa es de plástico y debe moverse hacia donde es más probable que vayan los batazos, como se hacía siempre, pero ahora de manera radical; los relevistas mandan, a veces más que los abridores, y todo eso para buscar crear la mayor incomodidad en los toleteros rivales; porque ya hasta los hombres bajitos sacan la bola.
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Los managers ahora disponen de herramientas que Weaver o Sparky Anderson habrían usado con gusto. Tienen la medición exacta de la velocidad y rotación de los pitcheos, la velocidad de los batazos que reciben sus lanzadores, y así pueden anticipar que un serpentinero está quedándose sin gasolina antes de que explote y aunque esté sacando los outs.
¿No se trata de eso, el beisbol? ¿No nos enorgullecimos siempre diciendo que era el más táctico de todos los deportes, el que más intelecto y estrategia tenía? ¿No dijimos siempre a los amantes del fútbol y del baloncesto que la verdadera acción en los diamantes iba «por dentro»? Pues lo que sucede hoy es eso, llevado cada vez más adelante.
Las fórmulas son debatibles, pueden tener cierta dosis de subjetividad o preferencia, se pueden tomar o dejar. Pero lo que hermana ambas cosas, fórmulas y práctica, es el deseo de explotar el potencial propio y la debilidad rival. Para eso ayudan el ojo y el instinto, todavía, y todas las armas que ahora están disponibles, también.
¿Quién renuncia en una guerra a emplear todo el arsenal que puede ayudarle a ganar? Y el fin último es ese, ganar.
Todo es diferente hoy a cuando aprendimos con gozo a darle a una pelota. Vean los videos de los años 70, observen el físico y la mecánica de aquellos peloteros. Si fuera posible ponerlos a jugar con los actuales, en un acto mágico, perderían una y otra vez, como los corredores de 100 metros planos de antes perderían contra los de hoy, aunque se trate del mismísimo Jesse Owens.
El Scratch brasilero, el de Pelé y Rivelino, el tricampeón en México 70, sembró las bases del «jogo bonito» que cautivó al mundo. Vean los videos que están disponibles. No podrían ganar un juego a los equipos de hoy, incluso equipos modestos, porque ahora se presiona en la marca y en la salida, se corre 90 minutos o más, la táctica ha cambiado drásticamente y aquellos herederos de Garrincha lucirían como colegiales ante los súper atletas que son los futbolistas hoy en todas las principales ligas del planeta.
El balompié evolucionó y también el resto de los deportes. Por eso es que son lo mismo, sabermetría y tradición. Una cuestionando lo que existe, cuestionándose incluso a sí misma, y la otra sustentando ese proceso como parte de una inevitable continuidad.
Es mentira que los equipos son dirigidos por computadoras y que los managers modernos no prestan atención al aspecto humano. Uno de los fundamentos del opener es ese, precisamente, dándole una vuelta de tuerca más a lo que Weaver hacía con sus pitchers jóvenes en los años 60 y 70.
El beisbol actual es una continuidad y ha vivido cinco o seis épocas drásticamente diferentes unas de otras.
Por eso, cada vez que veamos un planteamiento defensivo con cuatro jardineros, asumámoslo como lo que es: un homenaje a Pompeyo Davalillo y a todos los hombres de beisbol que han tratado de ir siempre un paso más adelante, en busca de la victoria.
Ignacio Serrano
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Excelente columna hermano. Bendiciones muy buen trabajo como siempre felicidades.
Muy buena la columna del lunes “Sabermetría y Tradición: un Matrimonio Posible”. Interesante la observación sobre el cambio en el ángulo del swing de Altuve y sobre la orden de la gerencia general de Houston de adiestrar a todos en la búsqueda de los batazos largos. Se entiende que se busca aumentar el ángulo del swing, de abajo hacia arriba.
Este aumento en el ángulo del swing se debería visualizar como un aumento en el ángulo verical de salida de la pelota bateada. Sin embargo, la información estadística a partir de mediciones de campo en la MLB no soporta la afirmación de que el aumento en los jonrones está relacionado con un cambio drástico en el ángulo de salida. Lo que puede ser cierto para un pelotero, no necesariamente es cierto para el resto de jugadores a menos que se pueda demostrar a partir de la observación estadística. El ángulo de salida de cada batazo ha sido medido en la MLB por Statcast desde el año 2015.
El estudio contratado por la MLB (Albert et al., 2018) para investigar las causas del incremento de jonrones del 2015 al 2017, concluye que las mediciones de campo no demuestran que el incremento se deba a un aumento en el ángulo de salida o un aumento en la velocidad inicial que se le imparte a la bola. Los investigadores concluyen que la razón del aumento de jonrones está en la variación de las propiedades aerodinámicas de la pelota, especialmente aquellas propiedades que tienen que ver con la denominada fuerza de arrastre (drag) la cual proviene de la interacción pelota-aire. Agregan que hay evidencia de mediciones de laboratorio y de Statcast/Trackman que apoyan la afirmación de que las propiedades aerodinámicas de las pelotas de béisbol han cambiado. La conclusión es que el incremento en la tasa de jonrones en el período 2015-2017 es debido a una reducción en el coeficiente de arrastre de la pelota, lo cual permite que la bola viaje más lejos. Las investigaciones continúan y se centran en el análisis de la rugosidad de la superficie de la pelota.
Referencia:
Jim Albert, Jay Bartro, Roger Blandford, Dan Brooks, Josh Derenski, Larry Goldstein, Anette (Peko) Hosoi, Gary Lorden, Alan Nathan, and Lloyd Smith (2018). Report of the Committee Studying Home Run Rates in Major League Baseball.
Saludos cordiales, Oscar Andrés López