Los Marineros de Seattle y los Astros de Houston estaban enfrascados en un real duelo de pitcheo hasta que el infielder Abraham Toro apareció con su encendido madero a sentenciar a su antiguo club, nada menos que contra el pitcher que cedieron los nautas para obtener los servicios del nativo de Canadá.
Es una situación tan atípica que es la primera vez en la historia que un jugador conecta un jonrón con bases llenas frente al lanzador por el cual fue canjeado, según la empresa Stats.
«Recuerdo que les dije a mis compañeros que este iba a ser un gran turno», celebró el jugador de ascendencia venezolana después del compromiso en sus únicas declaraciones disponibles en Internet.
El utility se midió en una batalla campal contra el cerrador de los siderales, Kendall Graveman, en un episodio que duró más de seis minutos. El canadiense de padres venezolanos le sacó hasta ocho lanzamientos a su rival hasta que se la despachó fuera del parque por el jardín central.
Fue su cuarto cuadrangular con el uniforme de los Marineros en apenas 32 partidos.
«Él es un buen jugador», admitió el escopetero ante la prensa especializada. «Fue capaz de descifrar una slider adentro. Quizás debí lanzar un poquito más hacia adentro, pero no cambiaría nada de ese turno. Me quito el sombrero ante él porque además pudo tener buenos turnos en toda la noche contra nosotros».
El antesalista y camarero dio también un sencillo, recibió un boleto, anotó una vez y fletó cuatro en tres turnos.
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GRAVEMAN VS VENEZUELA
El vuelacercas fue noticia, no solo porque con ese batazo Abraham Toro puso las únicas cuatro carreras que se anotaron en todo el compromiso, sino porque también es el primer bambinazo que recibe Graveman desde el 19 de junio.
El relevista estadounidense solo ha permitido tres tablazos de vuelta completa en la temporada en curso y dos han venido de bateadores venezolanos, entre ellos César Hernández.
Su último jonrón permitido en 2020 también se lo produjo un pelotero nacido en la tierra sudamericana, y fue de quien ahora es su compañero, José Altuve.
Por Marcos Grunfeld
