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EL EMERGENTE. Lo malo y lo bueno de la temporada (IV): Caribes

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Por Ignacio Serrano

La buena racha de Caribes no iba a durar por siempre. Tarde o temprano, este equipo iba a sufrir una eliminación, por más bien que hiciera las cosas. Le va a pasar a los mejores, de cuando en vez. Así que la primera conclusión no tiene por qué ser alarmista, a la hora de recoger los bates y ver a Anzoátegui fuera de los playoffs en la LVBP.

La tribu tuvo, y sigue teniendo, mucho con qué batallar.

Y sin embargo, el análisis de lo sucedido con los orientales en la recién finalizada temporada parece un poco más complejo en esta ocasión.

Caribes, visto desde la distancia, da la impresión de estar viviendo un momento especial en la franquicia, algo así como un punto de inflexión. Durante más de una década ha disfrutando de un núcleo de peloteros que han ganado buena fama de guerreros. Y llega un momento en que toda estirpe exige renovación.

Es una encrucijada que puede resultar peligrosa, cuando ocurre. Bien gestionada, puede derivar en nuevos éxitos, como pasó con los Tiburones al dar a luz a La Guerrilla, en los tempranos años 80. Mal gestionada, puede derivar en dificultades, como las que han pasado los Tigres después de la Dinastía.

¿Es este ese momento para Anzoátegui?

Algunas figuras del presente han estado a bordo desde la primera corona de esta institución, en la temporada 2010-2011. Hablamos del capitán Niuman Romero, los pitchers Jean Toledo, Léster Oliveros y el slugger Balbino Fuenmayor.

Otros llegaron justo después, como Willians Astudillo, Jairo Díaz y Maickol Guaipe. Y una parte importante del roster actual depende de la veteranía de aquellos y de Liarvis Breto, Asdrúbal Cabrera, Gabriel Lino, Loiger Padrón, Herlis Rodríguez, Jesús Sucre, Tomás Telis y Luis Sardiñas.

Como base, está muy bien. En la LVBP de este siglo no se gana sin ese tipo de peloteros. Los ex grandeligas y los jugadores de circuitos independientes se han convertido en imprescindibles, ante las limitaciones que imponen la MLB y los grandes contratos de las estrellas de hoy.

En Caribes han tratado de dar continuidad a la renovación del roster. Y este año, paradójicamente, fue uno de los mejores en ese sentido. Vimos a Diego Castillo y a José Azócar en acción. Yeizo Campos y Andrés Sotillet asumieron roles importantes en el bullpen. Kevin Vicuña, Andruw Monasterio, Eduardo Díaz y Roberto Chirinos sumaron más de 400 apariciones en el home entre los cuatro…

Eso es bueno para el necesario proceso de renovación. Muy bueno. Pero, al mismo tiempo, ocurrió también porque Astudillo tuvo que ausentarse debido a su firma en Japón. Y porque Cabrera estuvo 20 juegos fuera por suspensión. Y porque no jugaron los grandeligas Víctor Reyes y Balita Ortega…

Esas ausencias explican parcialmente que Anzoátegui haya pasado de ser el terror de sus rivales en los últimos años a quedar eliminado esta vez, sin atenuantes.

También explican que haya caído drásticamente el bateo, la gran baza sobre la que ha cabalgado el éxito de los indigenas. Porque la tribu esta vez anotó apenas 259 carreras, a pesar de jugar la mayoría de sus encuentros en estadios proclives a la ofensiva. Solo las Águilas pisaron menos veces el plato. Y eso puede llegar a ser muy grave cuando no tienes pitcheo que lo compense.

¿Fue ese bajón el producto del declive del grupo de veteranos? ¿Fue simple mala fortuna, una mala campaña? ¿O fue debido a las ausencias, forzadas o voluntarias? Quizás haya un poco de cada cosa. Y a la gerencia de Caribes le toca la difícil tarea de precisar la respuesta mejor.

Los orientales han basado el éxito de la última década sobre una serie de pilares. Por un lado, una gerencia atinada, liderada por Samuel Moscatel. Por otro, el apoyo de los dos grandes accionistas a esa línea de mando y sus decisiones. En tercer lugar, el liderazgo impuesto en el terreno y en la cueva por el manager Omar López, cuyo aporte incluso ha llegado a ayudar en la planificación y contratación de peloteros. Y en cuarto término, a la labor de Mike Álvarez para componer el pitcheo y compensar las crónicas carencias que ha tenido el staff de lanzadores.

Todo eso forjó un roster especial. Son guerreros, a menudo con modales callejeros, que juegan beisbol como si la vida y el orgullo les fuera en ello. Por eso supieron meterse una y otra vez en la postemporada, a pesar de llegar a diciembre casi siempre en zona de eliminación en la tabla de posiciones. Y ese carácter ha empezado a traer problemas, también. Lo vimos en Barquisimeto, hace dos años, con la agresión por la espalda a Luis Madero. Y volvimos a verlo en Puerto La Cruz, en los sucesos que terminaron con sanciones para Cabrera y Wilfred Astudillo.

López llamó a una profunda reflexión a lo interno de la divisa cuando ocurrió ese último hecho de violencia. Pero su tiempo al frente de la novena acaba de terminar, parece que ahora sí de manera definitiva. Quien venga después de él, tendrá que encausar ese carácter fiero de manera constructiva, como él pudo hacerlo durante tanto tiempo. Uno de los pilares anzoatiguenses deja la escena.

La renovación del alto mando plantea ahora un desafío mayor. Álvarez podría volver a tomar las riendas, ya fue exitoso cuando lo hizo, pero su rol como ductor del pitcheo requiere gran atención. Y es en esa área donde las exigencias son mayores. Porque Caribes no ha podido estructurar un staff de monticulistas de élite desde 2015.

Su efectividad colectiva ha estado por debajo de la media a partir de entonces, ocupando varias veces el último lugar en la LVBP. El relevo tuvo puntos positivos en este último torneo, con todo y que el grandeliga Andrés Machado se vio obligado a faltar por un asunto consular. Pero la rotación sigue siendo un problema. Y ni siquiera la agresiva participación en el mercado de cambios pudo cambiar esa realidad, porque los brazos que llegaron terminaron aportando poco, en general.

Anzoátegui ha podido ganar de manera consistente a pesar de sus abridores, gracias a su bateo y su carácter. Y ha buscado brazos en el extranjero para trabajar ese lado débil. El problema aparece cuando el grueso del presupuesto debe reservarse para pagar a los bigleaguers y estrellas de la escuadra, limitando los recursos para la importación. Eso, que sucedió en la 2021-2022, pasó otra vez, con consecuencias peores.

Porque al final todo se combinó. Pesó la ausencia de jugadores clave como Astudillo, Machado, Balita o Reyes; pesó también el bajón de figuras como Sardiñas, Rodríguez o incluso Fuenmayor, que mantuvo su ritmo jonronero, pero con una capacidad para embasarse muy por debajo de lo habitual; y la marcha de Castillo, cuando mejor jugaba; y la desorientación causada por el episodio violento del Chico Carrasquel, y la falta de abridores adecuados y el fracaso casi total de la importación.

De todos los equipos, no hay gerencia en la LVBP que tenga delante de sí mayor rompecabezas que la oriental. Para fortuna de la fanaticada, se trata de la oficina que mejor ha sabido hacer las cosas a partir de 2010.

Caribes debe ahora establecer cuál es el nudo a desanudar primero. O quizás sean varios a la vez. Urge que nuevos protagonistas den un paso al frente en el terreno de juego, para empezar a aportar de manera decisiva junto a los veteranos. Y todo eso tiene que ocurrir en medio de un cambio de mando, con un nuevo manager, y casi las mismas carencias en el pitcheo que 12 meses atrás.

Es verdad, todo le salió mal a la tribu en la 2022-2023. Y con arreglar un par de esas cosas que fallaron podrían estar de nuevo en la clasificacion. Pero a veces hace falta que todo falle, para generar la crisis que te permita tomar las decisiones más trascendentes. Y este cable a tierra que le han echado a los indígenas puede terminar convirtiéndose, a largo plazo, en su más grande oportunidad.

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(Ignacio Serrano)

Foto: Prensa Caribes de Anzoátegui

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