Las agresiones contra los umpires se convierten en un problema recurrente en la pelota venezolana
Es grave. Testigos cuentan que, cuando terminó el encuentro entre los Tigres y los Caribes, el jueves, una pelota salió disparada desde la cueva de la tribu en dirección a los árbitros, mientras éstos abandonaban el terreno.
Le preguntamos a Domingo Álvarez, gerente general de la liga, si el episodio era cierto y estaba reflejado en el informe de la cuarteta. Nos explicó que aún no recibía el informe. Era la tarde del viernes y podía entenderse la demora, pues el principal Robert Moreno tendría muchas cosas que escribir.
Lo sucedido en Maracay no sería más que una mala anécdota, merecedora de sanción administrativa, de no formar parte de la cadena de preocupantes sucesos que ha jalonado la aún joven temporada, comenzando por la suspensión de cinco juegos que sufrió el manager de las Águilas, Eduardo Pérez, tras un fuerte altercado con el umpire Chris Bakke, y siguiendo con el affaire Tomás Pérez, cuya permanencia en lo que queda de ronda eliminatoria será discutida mañana, en reunión de la junta directiva liguera.
Moreno es uno de los nuevos valores arbitrales del circuito. Entendemos que la fanaticada se queje con constancia, porque para eso es fanaticada. Pero la liga ha ido abordando con seriedad la necesaria formación de los umpires, profesionalizándolos y buscándoles carrera en el exterior.
Manuel González es el caso más notable en esa generación de relevo; ha asistido dos veces al spring training de grandes ligas y algún día puede convertirse en el primer bigleaguer venezolano que cante bolas y strikes.
Esta política, cuyo avance, lamentablemente, es por obligación lento, viene desde los tiempos en que Rubén Mijares coordinaba en la liga la evaluación de los árbitros. Pero que Moreno sea joven o no, que represente una promesa o no, tiene poco que ver con el fondo del asunto.
Después de que Omar Malavé fuera expulsado del choque contra los Tigres, técnicos y jugadores del bando anzoatiguense protestaron de tal modo, y con tan exagerada vehemencia, que un testigo en el palco de prensa cuenta que la cuarteta en cierto momento quedó acorralada contra la cueva aragüeña. Y eso, sin incluir la pelota que supuestamente le fuera lanzada a los umpires cuando terminó el duelo.
José Grasso Vecchio, presidente de la liga, fue enfático cuando conversamos con él al respecto. «No vamos a permitir agresiones ni faltas de respeto contra los árbitros», señaló. «Entendemos que, como parte de la discusión, ocurra contacto físico, pero no se puede pasar a la agresión. Estamos decididos a terminar con esto. La conducta de los peloteros, managers y coaches tiene que ser la misma que observan en las grandes ligas y en las menores. No podemos aspirar a menos, ni tiene sentido que allá tengan una conducta acorde y aquí no».
Este último punto es crucial: es inaceptable que grandeligas en ejercicio o antiguos bigleaguers, con un recorrido intachable en el norte, protagonicen estos episodios en el torneo local.
Debemos todos coincidir en que se proteja a como dé lugar la integridad física de los jueces. Del mismo modo, hay que poner fin a tanta protesta de bolas y strikes, a los insultos desde el dugout, a tanta grosería verbal y gestual. Está bien que se proteste cuando exista un desacuerdo, pero ¿golpear umpires? ¿Ir a buscarlos al vestuario, para gritarles y amenazarles? ¿Arrojarles objetos contundentes? No es civilizado, no digamos ya que correcto.
Todo aquel que pida la mejoría de nuestros árbitros debe primero cumplir con el primer requisito: hacerlo con profesionalismo. Aunque a estas alturas del problema parece que es otra cosa lo que debemos pedir antes: sensatez y cordura.
Publicado en El Nacional, el domingo 8 de noviembre de 2009, actualizado el martes 10.
