La apoteosis de la tribu

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Caribes esperan que su primera corona les arraigue en el oriente del país

ESPNdeportes.com

Alexi Amarista

PUERTO LA CRUZ — Un coro de voces se escuchó en la alegre tribuna del estadio Chico Carrasquel, cuando Alexi Amarista fue a batear durante el séptimo juego de la final: «¡MVP! ¡MVP!».

El diminuto segunda base estaba por dar otro hit y la asistencia al parque portocruzano le premiaba con la veneración que las multitudes sienten por las estrellas.

Amarista mide menos de un metro 70 centímetros y aún no ha disputado un encuentro en las grandes ligas, pero la velocidad de su swing y la pimienta que le pone a los diamantes le llevó a ser uno de los líderes jonroneros del campeonato, el mejor anotador y el símbolo de una franquicia sorprendente.

Los Caribes de Anzoátegui, el equipo del pequeño infielder, comenzaron el torneo 2010-2011 del beisbol venezolano con muchas esperanzas, pero sin el favor de la prensa ni de los analistas.

Era lógico el pesimismo. La tribu venía de dos eliminaciones consecutivas, una crisis entre propietarios que derivó en la venta de la divisa, con un gerente general novato, un gerente deportivo novato y un manager novato.

Todo apuntaba a que éste, en el mejor de los casos, sería un campeonato de transición. En cambio, los indígenas encendieron el eje urbano formado por las ciudades de Barcelona, Lecherías, Puerto La Cruz y Guanta, desatando un delirio popular al asegurar, la noche del domingo, la primera corona en los 20 años de vida que tiene la franquicia.

Alrededor de una segura línea central, formada por Amarista y el campocorto Jonathan Herrera, el receptor Gustavo Molina y el centerfielder Endy Chávez, llegado como refuerzo de los Navegantes del Magallanes, en enero, los aborígenes estructuraron un equipo ganador, que no oculta sus flaquezas ni siquiera ahora, que ya se consagró.

El manager Julio Franco siempre tuvo presente que partía como el benjamín. Cada día, antes de cada encuentro de la final, hallaba el modo de enrostrarles a los periodistas sus pronósticos de pretemporada, con paradójica cortesía.

«Según ustedes nosotros, no deberíamos estar aquí», repetía Franco todas las tardes, como coletilla de alguno de sus comentarios.

Todo se alineó para que los Caribes aprovecharan la tormenta perfecta y dieran el mayor golpe en la historia del béisbol oriental, dejando en el camino, primero, al Magallanes, luego a los Leones del Caracas y finalmente a los Tigres de Aragua, los tres grandes favoritos, que habían ganado cada temporada en Venezuela a partir de octubre de 2001.

El gerente general Samuel Moscatel lideró la transformación de la franquicia, acometiendo decisivas reformas en el Chico Carrasquel, que hicieron atractivo al público la idea de volver al estadio.

El gerente deportivo Carlos Ríos trajo al país un sólido cuerpo de lanzadores importados, todos veteranos, sin quienes habría sido imposible llegar a enero, no digamos a la final.

Franco inyectó entusiasmo y fe a un roster lleno de dudas y escepticismo.

Manny Ayala, Stephen Bray, Wes Etheridge y Andrew Baldwin, a la postre ganador del premio al Pitcher del Año, le dieron estabilidad a la rotación, un factor decisivo en la pelota invernal.

El resto de la importación fue más que adecuado y los brazos de Brayan Villarroel, Luis Oliveros, Ramón Ramírez y Alex Herrera completaron la tan necesaria primera línea de lanzadores.

A ellos se unieron Amarista, Eliézer Alfonzo y el resto de una toletería que aprovechó la cercanía de las bardas en el Chico, pero no sólo eso, para liderar el circuito en cuadrangulares.

El éxito dentro de las dos rayas de cal no sólo trajo de vuelta al público. Hizo mucho más. La única final antes disputada por la escuadra oriental, en 2004, también contra los Tigres, llenó gradas y tribunas, pero faltaba algo. La abundancia de camisetas de Caracas y Magallanes afuera del parque recordaba la ancestral rivalidad que cautivaba al público de la zona.

La leyenda atribuye a Luis «Camaleón» García la raíz magallanera de los estados ubicados en el naciente venezolano.

García fue una de las mayores estrellas del beisbol profesional en este país, en las décadas de los años 50 y 60. Fue la figura señera de los Navegantes. Incluso, durante la breve desaparición de los turcos, entre 1956 y 1964, la franquicia pasó a llamarse, primero, Oriente, y después, Orientales.

La masa que atestó el Chico Carrasquel fue distinta, esta vez. En las afueras, la camiseta más vendida fue la número 2 de Amarista. Centenares de ellas adornaban la calle que pasa frente al estadio, expuestas por vendedores ambulantes, una al lado de otra, en interminable sucesión.

Los cantos, los tambores y las consignas que durante los nueve innings de cada encuentro de la final resonaron en el Chico son los mismos que desde hace más de dos décadas resuenan en el gimnasio Luis Ramos, la «Caldera del Diablo», hogar de los Marinos de Anzoátegui, un elenco de baloncesto.

Marinos es el único equipo local con verdadero arraigo popular en la región. Sus jugadores se cuentan entre lo más granado del basket venezolano y su historial le ubica entre las escuadras más ganadoras en el deporte profesional de la nación.

Los seguidores del «Acorazado oriental», como también le llaman, están entre los más aguerridos de la Liga Profesional de Baloncesto. No es gratuito el apodo que le dan a la «Caldera».

Ese entusiasmo, ese ímpetu desde las tribunas, con bailes y cánticos incesantes, coros e inagotable percusión, atronó en Puerto La Cruz con mayor intensidad que los fuegos artificiales que iluminaron la noche del domingo, el día de la primera corona de la tribu.

Si continúan los aplausos por Amarista y las camisetas expuestas por los buhoneros en la calle siguen llevando el logo de los Caribes, Anzoátegui habrá ganado mucho más que un torneo. Habrá hallado, por fin, un hogar donde triunfar.

Publicado en ESPNdeportes.com, el martes 1° de febrero de 2011.

Ignacio Serrano
Ignacio Serranohttps://elemergente.com/
Soy periodista y actor, y escribo sobre beisbol desde 1985. Durante 33 años fui pasante, reportero y columnista en El Nacional, ESPN y MLB.com, y ahora dirijo ElEmergente.com. También soy comentarista en el circuito radial de Cardenales de Lara y Televen. Premios Antonio Arráiz, Otero Vizcarrondo y Nacional de Periodismo.

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