El entrañable libro aniversario de los Tiburones de La Guaira
Cuenta
Alfonso Saer la historia del viaje a Maracaibo que, en 1963, hicieron Carlos
Tovar Bracho y Pedro Padrón Panza.
El inolvidable Tovar Bracho era por
entonces, además de un brillante narrador, el gerente deportivo del Oriente,
una de esas divisas de corta vida que derivaron del Magallanes.
Padrón Panza
era un joven empresario que había invertido en la compra del Pampero,
convirtiéndose en uno de los socios fundadores de los Tiburones.
Aquel periplo
al occidente estuvo motivado por la quiebra de la histórica liga occidental,
aquella del Gavilanes, Pastora, Rapiños y el primer Cardenales, entre otros
clubes.
Súbitamente, el desaparecido circuito se ofrecía como una alternativa para
nutrir de talento a la liga central, la LVBP, donde los escualos daban sus primeros
aletazos.
La gran figura disponible era nada menos que Luis Aparicio, que ya
había sido Novato del Año en la Liga Americana, había disputado una Serie
Mundial, había revolucionado la gran carpa con su velocidad y era, sin
discusión, la estrella de la pelota criolla.
Aparicio estaba sin trabajo aquí.
Contratarlo era, tanto para Oriente como para La Guaira, una prioridad que podía
determinar el futuro del conjunto. Y PPP, como durante años fue conocido
Padrón, halló el modo de adelantarse a su rival, a pesar de ser compañeros de
viaje y de cuarto en el hotel: le encerró en la habitación, utilizando la llave
que les dieron en el lobby, y pudo llegar donde Aparicio a tiempo de ser él
quien se quedara con la mayor figura que hasta ahora ha dado nuestro beisbol,
el único pelotero nacido en esta tierra que cuenta con una placa en el Salón de
la Fama de Cooperstown.
de Padrón Panza cambió el rumbo de la pelota nativa.
Con Aparicio llegaron
otros jugadores de la liga occidental, especialmente dos que, al igual que el
campocorto, dejarían huella profunda entre los litoralenses: José Herrera, el
futuro bigleaguer del swing perfecto, y Ángel Bravo, cuyo número 8 acaba de ser
inmortalizado en el estadio Universitario.
Ese relato de Saer, escrito con la
impecable prosa de quien es, sin duda, uno de los más notables cronistas deportivos
que ha dado Venezuela, es sólo una pequeña parte de la extraordinaria obra que
es el libro Tiburones de La Guaira, 50
años de una pasión.
escrito mayormente por Javier González y Carlos Figueroa Ruiz, cuenta con el
aporte de destacados periodistas y es el fruto de la promesa que había hecho la
directiva salada meses atrás, cuando se propuso la celebración en grande del
cincuentenario de los litoralenses.
El resultado es esta pieza entrañable,
entretenida, llena de pequeñas historias, como aquella del viaje a Maracaibo de
PPP y Tovar Bracho, que juntas forman la historia de una institución
imprescindible en el deporte nacional y en el corazón de la afición.
En 182
páginas tamaño carta, González y Figueroa vuelven a ofrecer una pieza de colección
para quienes amamos la pelota, sin importar la divisa de nuestros amores.
Allí
está un despliegue de fotografías que entusiasma; el relato de cada corona
obtenida por la franquicia; las entrevistas con sus principales astros, como
Aparicio, Oswaldo Guillén y Francisco Rodríguez.
Es también un repaso casi
costumbrista de lo que hemos sido, feligreses del estadio Universitario,
gracias a la reproducción de avisos de prensa, boletos, piezas de publicidad y páginas
de las inolvidables revistas de la época.
Hemos gozado cada hoja desde que
Tortuga Fuentes puso el libro en nuestras manos, del mismo modo como en 1963 ha
debido gozar su triunfo Padrón Panza sobre el bueno de Tovar Bracho.
Publicado en El Nacional, el domingo 25 de noviembre de 2012.
