Richard Thomas no es pelotero ni empleado de los equipos de grandes ligas. Pero su aparición pública esta semana, a raíz de una investigación federal en Estados Unidos, promete crear un nuevo escándalo de dopaje en las mayores. La noticia ha pasado casi inadvertida en Venezuela, y aunque ha recibido algunos titulares en la prensa del norte, de seguro dará más. Porque Thomas es un vendedor de esteroides anabolizantes capturado en Florida con miles de pastillas, líquidos inyectables y jeringas por un valor aproximado de 100.000 dólares, de acuerdo con los reportes. Las declaraciones del traficante fueron, al parecer, tan explícitas, que un oficial de policía lo resumió así: “Ponga usted el deporte profesional y habrá atletas de esa especialidad a los que le haya vendido sustancias”. Los primeros informes afirman que Thomas admitió haber dotado de esteroides a jugadores de los Nacionales de Washington. Aquí es donde está la punta de lo que promete ser otro hilo en la larga madeja de escándalos de dopaje en la gran carpa.
Una semana antes del arresto de Thomas, el comisionado Bud Selig hizo una aseveración no menos contundente al periódico Los Angeles Times: “Lo que prueba el caso de Manny Ramírez, y nadie debe obviarlo, es que tenemos un duro programa antidopaje que está funcionando. Todos deben sentirse seguros con eso”. Lo dijo Selig, pero no es cierto. O en todo caso, es una verdad a medias. Basta con retroceder unos días y encontrar la columna que Jeff Passan escribió en Yahoo! Sports en la que advirtió que las grandes ligas no prohíben todo tipo de esteroide anabolizante, sino únicamente aquellos que están en el acta de drogas que firmó el presidente Ronald Reagan en 1988, y que posteriormente fue ampliado tras la adición de algunas sustancias. Los exámenes de orina que realizan las grandes ligas no buscan rastras de los mismos químicos que veta el Comité Olímpico Internacional o la Federación Internacional de Beisbol Amateur. De ese modo, apunta Passan, es posible usar dehidroepiandrosterona o DHEA, como se le conoce, y no dar positivo en la gran carpa. Es escandaloso: el Times incluso averiguó que la defensa de Ramírez preparó un caso alegando que el jardinero de los Dodgers había consumido DHEA para justificar que su orina tenía cuatro veces más testosterona que el nivel normal en un varón de su edad, y que, por lo tanto, no debía ser suspendido, pues ese esteroide, vetado por el deporte mundial, no es prohibido por el beisbol profesional. El periódico agregó que los abogados del dominicano desistieron apelar cuando supieron que el historial médico del slugger estaba en poder de Major League Baseball y que allí aparecía el récipe por gonadotropina coriónica humana, la hormona de fertilidad femenina que Ramírez también consumió y que sí está prohibida en las mayores.
El caso de la DHEA no es el único. Otro ejemplo lamentable es el de la hormona de crecimiento humano (HGH, por sus siglas en inglés). El Reporte Mitchell, en su capítulo más importante, el de las recomendaciones, instó a MLB a realizar estudios de sangre, no sólo de orina, para combatir este nuevo tipo de dopaje. Es moneda común que la HGH ha desplazado a los esteroides, tanto por su eficacia como, sobre todo, porque no es detectable en los exámenes que se llevan a cabo en las grandes ligas. Mientras no se aplique una política de cero tolerancia habrá riesgo de no terminar nunca con la “Era de los esteroides”. Los ejemplos que citamos son el mejor argumento para saber que Selig no tiene razón, por decir lo menos. Porque cualquier pelotero podría estar dopándose hoy.
Publicado en El Nacional, el domingo 31 de mayo de 2009.
