Celebramos lo ocurrido este año en la elección del Salón de la Fama del beisbol venezolano.
Los ajustes en el proceso de selección hicieron que ocho nuevos inmortales consiguieran su lugar en el pabellón de Valencia, permitiendo acelerar el paso en la reducción de la deuda que tenemos con las grandes figuras del primer deporte nacional.
Oswaldo Olivares, Luis Tiant, Aurelio Monteagudo y Urbano Lugo hijo, votados por el comité contemporáneo, y Luis “Mono” Zuloaga, Jesús “Chucho” Ramos, Regino Otero y Carlos Tovar Bracho, elegidos por el comité histórico, consiguieron el apoyo suficiente, aunque la deuda aún es enorme.
El comité histórico tendrá que resolver, más temprano que tarde, la paradoja de que alguien como el “Musiú” Lacavalerie no haya sido exaltado, por ejemplo, a pesar de seguir presente en el día a día del aficionado local, que canta “Tiburones pa’encima” o le grita al oponente que recoja “su gallo muerto”, por citar dos de las casi infinitas ocurrencias que tuvo este mítico personaje, tan ligado al beisbol venezolano como el que más.
No es un asunto fácil, y lo sabemos. Tampoco Carlitos González ha entrado al Salón de la Fama, pese a merecerlo, y junto a ellos esperan otros periodistas y una gran cantidad de ex jugadores, técnicos, umpires y personalidades. Pero saber de esa espera no impide que creamos necesario recordar tales casos, u otros como el de Pablo Morales, otra paradoja, fuera del templo a pesar de haber ingresado ya su llave Óscar Prieto, junto con quien hizo carrera desde los tiempos en que transmitían en radio, pasando por la creación de la Serie del Caribe y la fundación y gerencia de los Leones del Caracas.
Por ello, porque se trata de un tema complejo, es menester aplicar ideas imaginativas y nuevas formas que permitan hacer justicia lo más pronto posible. Adelante.
Vale la pena preguntarnos también cuál es el criterio de los 148 votantes que participamos en el comité contemporáneo.
Que a Luis Aponte le hayan faltado dos votos para entrar es algo que el tiempo resolverá. Su inmortalidad, así como la de Luis Salazar u Oswaldo Guillén, por citar otros casos, ocurrirá temprano o tarde. Pero nos llama poderosamente la atención que Mark Guerra, Melchor Pacheco, Mark Whitten, José Solarte o Doug Linton reciban votos y que al mismo tiempo un periodista indignado nos pregunte cuáles son los méritos de Monteagudo para entrar al Salón de la Fama.
Estamos muy mal, cuando un profesional con casi dos décadas de experiencia se sorprende con nuestra respuesta: que Monteagudo es el segundo mayor ponchador de todos los tiempos en la LVBP, el quinto más ganador y el tercero en innings lanzados.
Es descorazonador que un votante desconozca esos datos. ¿Cómo esperar, entonces, que el 75 por ciento avale a un olvidado Oswaldo Blanco? El ex inicialista conectó 860 hits en nuestro circuito, se retiró como uno de los siete toleteros más productivos de todos los tiempos y todavía es uno de los 10 mayores empujadores, a pesar de jugar en los tiempos del dólar a 4,30, cuando los criollos recibían poca oportunidad de ver acción. Blanco consiguió apenas 36 por ciento de los votos. Y citamos su caso, que no es el único, para constatar con desolación que la falta de memoria y el desconocimiento de la historia también son males arraigados entre quienes vivimos del beisbol en Venezuela.
El cambio comienza por cada quien. Y aunque suene duro, no tiene derecho de votar quien no haga lo mejor de sí para emitir una papeleta justa. Votar para nuestro Salón de la Fama no es un gusto o un derecho adquirido; es un privilegio y un compromiso con quienes hicieron del beisbol el pasatiempo nacional.
Publicado en El Nacional, el domingo 7 de julio de 2009.
