La esencia del beisbol. Un relato de Alfonso Tusa

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Hace unos días disfruté «The Winning Season» (2004, John Kent Harrison), una película sobre un niño que se pone muy nervioso a la hora de batear y siempre terminaba ponchándose. Todo empieza a cambiar cuando encuentra una barajita de Honus Wagner en el sótano de la casa de la anciana a quien siempre va a ayudar con las labores de su casa.

El niño regresa a casa eufórico, porque aquella barajita iba a resolver todas las dificultades económicas de la familia. Cuando los padres le dicen que debe regresar la barajita a su dueña, el niño sale molesto de la casa y mientras contempla el cromo bajo la luz de las estrellas aparece como adolescente en un campo de béisbol, en plena Serie Mundial de 1909. Honus Wagner juega el campocorto de los Piratas de Pittsburgh ante los Tigres de Detroit y Ty Cobb.

Mientras veía la película, fue inevitable desplegar otro metraje de eventos ocurridos en la temporada venezolana de beisbol profesional de 1968-1969.

Clarence Gaston, Pat Kelly, Joe Rudi, Walter Hriniak, Dámaso Blanco, Gustavo Gil, Bob Belinsky, Salvatore Campisi, Armando Ortiz, Roberto Muñoz, Bill Butler, Ron Tompkins habían logrado meter a los Navegantes del Magallanes en la clasificación. En el playoff final, el equipo empezó a tener dificultades porque Belinsky y Campisi, dos de sus lanzadores más importantes, abandonaron el equipo por razones  contractuales.

Cuando el equipo perdió el juego que lo dejaba fuera de carrera, discutí atropelladamente con mis hermanos sobre las razones de la eliminación del Magallanes. Me fui a acostar molesto con ellos. Pasé toda la noche dando vueltas en mi cama. En uno de esos giros aparecí en la entrada del dugout de primera base del Estadio Universitario. Gaston desamarraba las trenzas de sus zapatos con la cabeza entre las rodillas.

Me senté a su lado. Luego de repetirlo varias veces en mi cabeza, le pregunté: «¿Por qué se fueron Belinsky y Campisi?».

Gaston levantó la mirada y echó hacia atrás los brazos. «Eso lo ignoro. Debieron tener sus razones. Nosotros perdimos por lo que dejamos de hacer en el campo. Podríamos haber ganado sin ellos, pero fuimos incapaces de ejecutar las jugadas».

Dámaso apretaba los cordeles de su guante de tercera base. “Cito está en lo cierto, si hubiésemos jugado como lo hicimos en la última semana del campeonato, ahora mismo estuviésemos disputando el título».

Me levanté del banco y llegué al centro del circulo de uniformes a rayas con el logo del barco en el lado izquierdo del pectoral. «Pero Belinsky y Campisi lanzaron muy bien, ganaron juegos claves para el equipo».

 En el momento clave de «The Winning Season», el adolescente viaja con Honus Wagner y hacen un alto en un bosque. Allí, mientras descansan bajo un árbol, Wagner le dice: «Lo que más me gusta del beisbol es que puedes hacer felices a muchas personas, ricos y pobres, blancos y negros, niños y adultos. Ni el dinero ni la jerarquía ni la mejor habitación de los hoteles valen para mí más que eso”.

Un fuerte olor a sudor se mezclaba con los efluvios del alcanfor, y la brisa traía pequeñas partículas de agua fría arrancadas del cubo donde Muñoz tenía hundido el brazo de lanzar. «Belinsky y Campisi lanzaron muy bien sí. Pero ellos no eran todo el equipo. Entre Ronnie Tompkins y yo ganamos tantos juegos como ellos. Bill Butler también se fajó. Hay que reconocer que algo nos faltó al final, pero no fue ni Belinsky ni Campisi. A lo mejor si ellos están en el equipo no ganamos ni un juego».

Gustavo Gil se quitó la camiseta y se quedó con la sudadera de tres cuartos de manga. «¿De donde saliste tú? ¿Cómo hiciste para llegar aquí?». Un torbellino de emociones se agolpaban entre el techo de la habitación de mis hermanos y las paredes del dugout. La ventolera amenazaba con empujarme hacia la casa, pero me aguantaba con los dientes apretados a través de las preguntas que le hacía a los peloteros.

Dámaso me lanzó una pelota. «Siempre salimos a dar lo mejor de nosotros, esté quién esté con el equipo. Sabemos que esos dos pitchers lanzaron muy bien. Sin embargo, aún teníamos equipo para ganar».

Armando Ortiz carraspeó desde el otro extremo del banco. «El muchacho tiene razón. Belinsky y Campisi hubieran representado una buena garantía de triunfo desde la lomita. Me hubiera gustado saber qué hubiese pasado con ellos en el equipo».

Dámaso me lanzó el guante y arrastró los spikes sobre el cemento rustico. «Quizás hubiésemos ganado. Pero es muy probable que el ambiente en el dugout no hubiera sido el mejor. Porque después que se asume un compromiso contractual, hay que asumirlo hasta el final. La mejor forma de protestar cuando la temporada está en curso es dando lo mejor sobre el terreno».

El muchacho tiene oportunidad de observar una práctica de Wagner y sus compañeros de equipo en un terreno agreste de la campiña de Pittsburgh. Allí, Wagner le comenta «El que es beisbolista, es beisbolista y sabe lo que tiene que hacer en un terreno de juego. Lo principal es llegar a la caja de bateo y enfocarte en cada movimiento del pitcher, desde que lleva la bola al guante hasta que la suelta hacia el plato».

El muchacho se pone una mano sobre la frente. «Vas a entrar al Salón de la Fama junto a Cobb».

Dámaso y Gil llamaron al manager Napoleón Reyes y pronto se formó un círculo donde cada pelotero habló de lo que había significado para ellos compartir en aquel equipo los momentos duros y las victorias, las discusiones, las estrategias, las jugadas de cuadro adentro, los squeeze plays, los pisa y corre y sobre todo esa camaradería de ayudarse mutuamente y disfrutar del juego.

Luego de caer en una trampa de Cobb para que Wagner no participara en el séptimo juego de la Serie Mundial, el muchacho le dice a la novia de Honus que la vida de él es el béisbol y la mujer termina rompiendo su compromiso. Después se disculpa ante el airado Wagner. Los Piratas ganan la Serie Mundial.

En el momento que Wagner le dice al muchacho que lo dejé en paz, este se queda mirando la barajita y cuando abre los ojos despierta como niño sobre el banco del porche de su casa. Regresa corriendo a la cocina y le dice a sus padres y hermana que va a regresar la barajita. Su mamá le informa que la anciana está grave en el hospital. Allí trata de devolverle la barajita y ve la mitad de la foto rasgada donde aparece Wagner. Le pone la barajita en la mano y le dice que si piensa con todas sus ganas en Honus, volverá con él para vivir por siempre lo que dejaron ir.

Me cuelo hasta el centro del grupo y levanto las manos de Gaston, Dámaso, Gil y Ortiz. “A lo mejor no todos los que están aquí lo vivirán. Pero el año que viene Magallanes será campeón de la Liga Venezolana y de la Serie del Caribe».

Dámaso le guiñó el ojo a Gil y Gaston sonrió con Ortiz mientras, me tendían un apretón de manos.

De nuevo el niño viene a tomar turno al final del juego. En cuenta de dos strikes, Wagner se aparece por el left field corto y le grita. «El que es beisbolista, es beisbolista».

El niño sigue la pelota hasta que se acerca al plato. Un sonido seco dispara una parábola que sobrevuela los jardines. Las burlas de los rivales se quedaron en las gargantas, mientras el niño daba la vuelta al ruedo.

Varios temblores me sacudieron y me levanté con el corazón en la boca. Mis hermanos aparecieron en mi campo visual. “Caramba, ya tenemos como media hora tratando de despertarte. Ya es hora de ir a la escuela. Toda la noche te la pasaste hablando de Belinsky, Campisi, Dámaso, Gil, Ortiz. Lo que más me llamó la atención es eso de que Magallanes va a ganar el campeonato y la Serie del Caribe. Ver para creer».

Alfonso Tusa es investigador y escritor. Autor de artículos, libros y relatos de beisbol. Ha colaborado en portales como Prodavinci. Sus libros pueden adquirirse en Amazon.com.

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Foto: The Winning Season y archivo de Javier González

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