Cuando Alex Rodríguez fue acusado de consumir esteroides, años atrás, su respuesta fue categórica: lo negó todo. La estrella aseguró que pasó limpio por la Era de los Esteroides, en la que tantos pusieron en riesgo su salud y su reputación en busca de fantásticas estadísticas y contratos. El slugger debió retractarse hace tres meses, cuando se supo que dio positivo en un antidopaje en 2003 durante la investigación de las grandes ligas para decidir si se impondrían penas a los infractores. Entonces sí, Rodríguez admitió que entre 2001 y 2003, pero sólo en ese lapso, se dopó a instancias de un primo y que nunca sospechó que se estaba inyectando anabolizantes. Por eso, cuando la misma periodista que consiguió la primera información, Selena Roberts, parece concluir que A-Rod siguió consumiendo sustancias prohibidas con los Yanquis, a partir de 2004, y que incluso pudo haberlo hecho en bachillerato, es tonto, por decir lo menos, defender ciegamente a alguien que quizás tenga que desdecirse nuevamente, como ya ocurrió una vez.
El jueves escuchamos a alguien justificar a Rodríguez a través de la radio, acusando a Roberts –periodista de Sports Illustrated, nada menos– de ser una “grupie”, una fanática “que durante años lo acosó” y que ha emprendido “una vendetta personal” contra el toletero. Como hemos expuesto en otras ocasiones, es plausible que los aficionados crean en la buena fe de sus astros. Pero quienes trabajamos en los medios estamos obligados a ser objetivos, no dar cheques en blanco e informarnos bien. La razón es de una importancia enorme: las radios, periódicos, portales o estaciones de TV nos pagan por nuestro trabajo, y eso nos obliga a darle a los lectores, televidentes y escuchas el abanico completo de posibilidades, para que puedan formarse sus opiniones. Hablar en una estación o escribir en una columna no es un gusto o un lujo; es una responsabilidad. Especialmente cuando sabemos que el dopaje es un problema de salud pública, penado por la ley.
Rafael Palmeiro, Mark McGwire, Sammy Sosa y otros astros comparecieron ante al Congreso de Estados Unidos hace un lustro debido a un hecho puntual y desgarrador: centenares de casos de dopaje en bachillerato y las universidades del norte habían llevado a la muerte a varios jóvenes deportistas. Eso, y no la trampa, motivó la interpelación. No sería imposible que Rodríguez haya sido tentado en bachillerato por su familia, su entrenador o su agente, ante la perspectiva –como ocurrió– de ganar millones de dólares al saltar al profesional. Es demasiado dinero en juego el que hay en la alta competencia universitaria. Eso no basta para culpar a A-Rod, y no debe culpársele, mientras no haya pruebas. Pero es irresponsable afirmar que es inocente sólo porque desde 2004 se le han hecho pruebas antidopaje y ha salido negativo. Ben Johnson dio muchas veces negativo antes de ser pillado en Seúl 88; Barry Bonds se hacía exámenes en Balco para medir las rastras en su orina y aumentar o disminuir sus dosis; el Reporte Mitchell señala que equipos avisaban a sus jugadores sobre la fecha del antidoping, lo que permitiría a los infractores parar, limpiarse y seguir consumiendo después del test. Además, es noticia que el dopaje en el beisbol ha pasado mayormente de los esteroides a la hormona de crecimiento humano (HGH), cuyo consumo no se detecta en la orina (en grandes ligas no hay exámenes de sangre, los únicos válidos para buscar HGH). ¿Esto hace culpable a Rodríguez? No. Pero nos obliga al equilibrio. Se lo debemos a nuestros lectores y a nuestra reputación como analistas deportivos. De resto, el tiempo se encargará de probar si resultó culpable o inocente.
Publicado en El Nacional, el domingo 3 de mayo de 2009.
