El artista del campocorto

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Los cuadros de Omar Vizquel reflejan lo que hoy está viviendo el 11 veces ganador del Guante de Oro, dentro y fuera del diamante.

ARLINGTON– Omar Vizquel rápidamente pone límites a la conversación: “Chamo, yo no soy artista plástico. Soy un pelotero”.

Vizquel acompaña el par de frases con una carcajada, en el garaje de su casa de una planta, en un suburbio de Arlington. Él no es Vincent Van Gogh, aclara, rodeado de pinturas que cuelgan de las paredes, sujetas por tiras de tirro.

Adentro, en el living, hay varios lienzos en el suelo. Unos están pintados a medias y otros en blanco. Un cuadernillo abierto sobre la mesa del comedor muestra algunos ensayos y los pasteles se desparraman alrededor.

La casa no está desordenada, a pesar de todo. Hay carátulas de discos aquí o allá, y una laptop abierta en una mesita baja, frente a la chimenea. El único desorden está en el pequeño caos creativo que vive el caraqueño de 42 años de edad.

“Estoy pintando más que nunca”, confiesa. “Como en este pueblo no hay nada que hacer, llego del juego y me pongo a pintar. Ahora estoy dándole a las seis que están en el garaje. Cuando me canso de una paso a la otra. Y a veces me llevo estas otras que están en la sala y las cambio con las del garaje. Ninguna está terminada”.

La renovada pasión de Vizquel por los óleos y pasteles tiene que ver con la lejanía respecto a los suyos y con su actual estatus con los Rangers. Su esposa Nicole y sus hijos Nicholas y Caylee están en Seattle, a miles de kilómetros de distancia, mientras no lleguen las vacaciones escolares. Sus padres y hermanos viven en Venezuela.

La nostalgia. Vizquel enciende la laptop y coloca un disco. La imagen muestra otro garaje, otra casa. Dos adolescentes “jamean” una melodía rock. La pared izquierda muestra una largo afiche del 11 veces ganador del Guante de Oro y la batería sobresale en primer plano.

“Ese es ‘Nico’, el de la guitarra”, muestra el pelotero. “El chamo ya está tocando Metallica. El otro es un panita de las clases de música. Esos de allá son mis libros de pintura”.

La imagen corre y el rock sube de volumen. El propio Vizquel entra en el encuadre, toma un micrófono y empieza a cantar, mientras su hijo hace gemir la guitarra eléctrica.

“Es chévere, porque ya le puedo decir: ‘sácate esta canción allí’ y el chamo la saca”, cuenta.

Caylee también entra, sentada sobre un pequeño automóvil eléctrico. Es la estampa familiar en Seattle, que aquí no repetirá antes de julio, cuando Nicholas termine las clases. Cuando empate y rompa el récord de hits de Luis Aparicio, no habrá pariente que abrazar.

Los libros de arte también pueblan su por ahora vacío hogar en Arlington. Por allí hay aparece Gustav Klimt, y Roger Dean, el creador de las portadas de la banda Yes, uno de sus favoritos.

Dean ha hecho que Vizquel trate de emular sus paisajes surrealistas. La docena de lienzos y el cuadernillo de pasteles no son las únicas obras sobre las que trabaja. En un par de pequeños cuadros ha intentado inspirarse con el estilo del australiano, aunque la mayoría de lo que acomete en estos días tiende a la oscuridad.

“A veces las obras reflejan el estado de ánimo”, explica. “A veces empiezo a pintar una cosa y termina siendo otra. Es el reflejo de lo que estoy pasando ahorita: momentos de tristeza. Por ejemplo, esta chama se ve triste. Está saliendo así. Tiene algo triste”.

La pintura. Las figuras femeninas predominan en la obra de Vizquel. Hay sensualidad y una hermosa luminosidad en los pasteles, pero los óleos, en especial los femeninos, son oscuros y llenos de simbología.

Una nueva carcajada interrumpe al periodista, en su intento de dar una interpretación a lo que ve.

“Es un vacilón cómo la gente ve los cuadros”, exclama Vizquel. “Me causó mucha risa en la exposición de San Francisco. La gente tenía otra visión completamente diferente sobre lo que uno quería pintar. Nunca lo había visto de esa manera. Lo que ve el espectador es otra cosa. Esa es la nota de pintar. No pintas un cuadro para decirle una historia al espectador, sino para que el mismo espectador haga su historia a partir del cuadro”.

La reciente gira a Nueva York le dio la oportunidad de ver una retrospectiva de Francis Bacon. “Esa vaina sí es arrecha”, suelta. El agresivo estilo de Bacon hace juego con lo que experimenta el campocorto frente a sus telas, si no en cuanto a estilos, sí en cuanto a emociones. Aunque él tiene una variedad que sorprende.

Hay un lienzo que recuerda un poco a Jackson Pollock y que comenzó a pintar mientras limpiaba allí sus pinceles. “Me gustó lo que empezó a salir y ahora quiero ver qué le pongo encima”. Un ojo que se asoma detrás de un agujero en la pared es el resultado de la frase de alguien, que le dijo desear ver qué estaba haciendo en este momento. Son los más coloridos. Pero hay otros sombríos.

Vizquel se detiene frente al retrato de una mujer. “¿Qué más tristeza que esta?”, pregunta. “Figuras oscuras por detrás. Fantasmas, y monstruos, y vainas”. Y de nuevo suelta la risa.

Puede parecer curioso que no haya un cuadro que haga referencia a la pelota. El torpedero lo tiene claro: “Yo pinto para salirme del beisbol. Si no, estaría metido en eso las 24 horas del día”.

Tampoco se miente. Cuando las salas de la galería Caldwell Snyder en San Francisco se llenaron con casi el doble del público esperado, 500 personas, el año pasado, en la inauguración de su segunda individual en Estados Unidos, se tomó el éxito con ácido realismo.

“No puedes comparar”, ataja. “Uno es pelotero y la gente es muy curiosa. Cualquier cosa que hagas, quieren verla”.

Aquella vez, por cierto, vendió 12 cuadros. Más de los que en vida vendió Van Gogh.

DE JARRONES Y MÁRMOLES DE CARRARA
El padre de Omar Vizquel tiene en casa un cuadro de una corrida de toros, otra de las pasiones de su hijo. Fue pintado por el campocorto. “Le parece un vacilón”, cuenta el caraqueño. Hace algunos años tomó clases de pintura. “Pero a los dos meses me fastidié. Te ponían a pintar un jarrón”. Cuando toma el pincel, dice no saber a dónde va. A veces figurativo, a veces expresionista, a veces surrealista, a veces abstracto, a veces impresionista. Le gustan más los pasteles que el óleo, y pintar con modelos más que con revistas. “Pero es más difícil conseguir una modelo que se ponga allí, media hora”. En Seattle tiene una piedra de mármol de Carrara que, dice, le tomará un año más para terminar de esculpir. Afirma que esa es su actual pasión. “Están saliendo dos figuras entrelazadas, como peleando. Buenísimo”. Su primera exposición fue en Cleveland, en 2005, y la segunda en San Francisco, el año pasado. Le gusta oír a la gente. “Todo el mundo dice algo diferente. A unos les gusta y a otros esto les parece una loquera”. Y vuelve a reír.

Publicado en El Nacional, el domingo 14 de junio de 2009.

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Ignacio Serrano
Ignacio Serranohttps://elemergente.com/
Soy periodista y actor, y escribo sobre beisbol desde 1985. Durante 33 años fui pasante, reportero y columnista en El Nacional, ESPN y MLB.com, y ahora dirijo ElEmergente.com. También soy comentarista en el circuito radial de Cardenales de Lara y Televen. Premios Antonio Arráiz, Otero Vizcarrondo y Nacional de Periodismo.

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