Una lágrima por nuestras leyendas de antaño
La desaparición física del Carrao Bracho y Héctor Benítez Redondo deja una doble tristeza: aquella derivada de su muerte y el hecho de que nuestro beisbol esté haciendo muy poco para mantener vivos en la memoria colectiva a quienes fueron gloria y leyenda
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| El Carrao Bracho |
La muerte del Carrao Bracho copó esta semana grandes espacios en la prensa. Fue una de las figuras señeras de nuestro beisbol, leyenda gracias a sus 15 victorias en una temporada, las 109 que logró en 23 campañas y esa bola de tenedor que ningún otro venezolano ha lanzado con tal maestría.
Pero de nuestra conversación con sus rivales y compañeros nos quedó una tristeza, un sentimiento ingrato que, en cierto modo, compartimos.
El Carrao vivió las últimas décadas de su vida en el ostracismo. Algunos señalan, incluso, que lidió con severos problemas económicos. Y no es el único ídolo en tal situación.
Dámaso Blanco y Teodoro Obregón mencionaron a Guillermo Vento, otro zuliano inmortal, y la lista podría crecer hasta una injusta multitud.
Hagan un ejercicio: ¿Cuántas veces en los últimos 20 años vieron ustedes en nuestros estadios al Carrao, a Vento, a Camaleón García, a cualquiera de aquellos héroes de los años 40, 50 y 60?
¿Cuántos recuerdan en nuestros parques a Héctor Benítez “Redondo”, quien falleció la noche del viernes?
Suele decirse que nuestro beisbol tiene memoria corta, y se achaca a la casi inexistencia de fuentes bibliográficas y a la ausencia de un registro estadístico único, confiable y definitivo. La situación va más allá.
Todos somos culpables de esa enana memoria colectiva. Hace 11 años tuvimos una señal alarmante y no prestamos atención. ¿Recuerdan cuando Empresas Polar patrocinó una votación popular para elegir un “equipo del milenio”, a propósito de la finalización del siglo 20? Los jugadores activos coparon aquel Todos Estrellas y los astros fundacionales fueron incluidos mediante un artificio, creando dos alineaciones en vez de una, para no marginarlos.
La gente, y en especial las nuevas generaciones, no conocen a los viejos guerreros porque no hay bibliografía, pero también porque ni la liga ni los equipos ni los medios de comunicación nos ocupamos de darles el sitial que merecen.
Un aficionado de 20 años de edad seguramente sabrá más de Lou Gehrig que de Camaleón, más de Nolan Ryan que del Carrao, más de Babe Ruth que de Vidal López. Y esto tiene que terminar. Aquellos que abrieron el camino merecen un acto de justicia.
Oswaldo Guillén exclamó, la tarde del jueves, que ahora sí habrá homenajes para el Carrao. Fue duro y despectivo, el manager de los Medias Blancas, en medio de su inconformidad.
Los homenajes vendrán (ya el presidente de la liga, José Grasso, adelantó que los harán) y estamos felices de que así sea. Pero algo en esa amargura de Guillén debe obligarnos a reflexionar: de poco sirve que al Carrao se le haga un homenaje póstumo, si no se trabaja para devolver a la memoria colectiva la vida y obra de aquellos que, como él, brillaron en el pasado.
¿Por qué no hay gigantografías de Roberto Muñoz en Maracay? ¿Por qué no hay fotos de Diego Seguí o Raúl Pérez Tovar en las tribunas del Universitario?
Hace más de 15 años que trabajamos a diario en la cobertura de nuestra pelota y únicamente vimos al Carrao una vez en nuestros estadios. ¡Una!
Murieron Carlitos González y José Aníbal Manzo y apenas se les dio tributo y memoria por un día. Qué contraste con aquella imagen del Chico Carrasquel en Chicago, que guardamos con afecto.
Era tan habitual la presencia de Carrasquel en el Comiskey Park, tan cotidianas las menciones y homenajes, que no había persona que al pasar a su lado no le dijera, en perfecto castellano: “Hola, Chico”.
Ese es el tributo que merecen nuestras glorias: ser recordados y aplaudidos en vida, con la gratitud y la alegría de quienes hoy gozamos este pasatiempo, gracias al esfuerzo y al ejemplo que a aquellos dio su grandeza.
Publicado en El Nacional, el domingo 19 de junio de 2011.
