El voto para el Salón de la Fama del beisbol venezolano (y II)
Luego de argumentar a favor de Oswaldo Guillén, Luis Salazar y Wilson Álvarez, toca hacerlo también por otros tres grandes de nuestra pelota, por mucho tiempo postergados
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| Oswaldo Blanco |
Hay 24 candidatos este año para el Salón de la Fama de nuestro beisbol. En una primera entrega, razonamos nuestro voto por Oswaldo Guillén, Luis Salazar y Wilson Álvarez. Nos quedan tres votos más y comenzaremos con Leonardo Hérnández, víctima de una injusticia en las repetidas elecciones que se han realizado desde la creación del Museo del Beisbol.
Hernández es un mártir de la falta de estadísticas y la escasa bibliografía de nuestra pelota. Como no se conocen el total de sus apariciones legales ni sus boletos, por ejemplo, es imposible saber cuál fue su promedio de embasado y su OPS.
Tampoco hay modo de comparar su desempeño con sus pares a través del OPS ajustado, el WAR o el VORP.
Estas estadísticas no son un capricho modernista; forman parte del único mecanismo hasta ahora capaz de comparar épocas distintas, para saber si alguien que jugó entre finales de los 70 y comienzos de los 90 consiguió mucho o logró poco con numeritos como los del ex antesalista.
Hernández bateó para .262 y tuvo un slugging de .391 en 15 temporadas, cifras nada impresionantes. Pero en una época en la que se jugaba con una esférica de mala calidad, que se deformaba con un simple elevado, en ese tiempo en que hubo líderes jonroneros con 9, 8 y hasta 5 vuelacercas, el toletero derecho descargó 72 batazos de vuelta completa y empujó 416 carreras.
Cuando el mirandino de Santa Lucía se retiró, en 1994, únicamente Antonio Armas había dado más cuadrangulares que él en la LVBP y sólo Camaleón García y Vitico Davalillo aparecían por encima suyo entre los impulsadores de todos los tiempos.
Eso debería bastar para llamar la atención de los votantes. Pero además, durante 13 campeonatos seguidos, a partir de la 78-79, fue tercera base titular de los Leones y los Tigres. Y no fue un jugador unidimensional; a su muy reputada defensiva añadió la habilidad de robar bases, al punto de que durante muchos años fue el único jugador en la historia con 70 jonrones y 70 estafas, una rareza que sólo Robert Pérez ha podido emular.
Tres peloteros más cautivan nuestra atención, con dos cupos disponibles en nuestra planilla. Esos tres son Leonel Carrión, Oswaldo Blanco y Omar Daal.
Carrión es una referencia indiscutible y la máxima figura de las Águilas, a las que de por vida lidera en juegos (838), turnos (2.731), hits (732), dobles (118), triples (23), jonrones (31), anotadas (359) y fletadas (333).
Es verdad, sólo bateó .268, pero ¿cómo medimos la influencia que el vasto Luis Aparicio tuvo en sus promedios, si no hay estadísticas para hacerlo?
Aún así, estaba entre los 10 máximos empujadores y anotadores de la liga al momento de su retiro y su huella en el Zulia es demasiado profunda para dejarlo afuera.
Elegimos a Oswaldo Blanco sobre Omar Daal, porque Daal sólo participó en unas nueve temporadas completas aquí y apenas en cinco de ellas fue un abridor de impacto. Su efectividad es la tercera entre quienes han lanzado al menos 500 episodios, pero aparte de ese excelente 2.61, es raro hallarle entre los mejores de siempre.
Blanco también es un caso difícil, por culpa de la falta de fuentes de información. Pero disputó 20 temporadas, 16 como titular, en un tiempo en el que sólo jugaban cuatro o cinco venezolanos por equipo, de 1961 a 1981.
Sus 860 hits eran la séptima mayor cantidad del circuito al momento de su retiro, en una época en la que los grandeligas sí jugaban aquí, y también figuraba entre los mejores de la LVBP en juegos (954), turnos (3.229), dobles (149), extrabases (204) y empujadas (370). Por eso, nuestro último voto es para él, uno de los más olvidados entre los grandes de nuestro beisbol.
Publicado en El Nacional, el lunes 1° de agosto de 2011.
