EL EMERGENTE
Por Ignacio Serrano
Los Tiburones de La Guaira afrontarán la próxima temporada con una etiqueta desconocida para ellos durante casi cuatro décadas: serán los campeones defensores de la LVBP. Pero eso, que siempre es un compromiso y un elemento de cuidado contra el cual también hay que jugar, es igualmente un sonoro aviso a la competencia.
Hay que tener cuidado con los escualos. Porque acaban de demostrar que cuentan con recursos para ser un verdadero peligro en los torneos por venir.
No me refiero a lo obvio: claro que una divisa en su punto más alto es susceptible de alargar esa buena racha. En los tiempos recientes lo hemos visto con varias escuadras. Cardenales fue bicampeón hace un lustro. Magallanes lo fue 10 años atrás. Caribes conquistó dos coronas y un subcampeonato en un lapso de cuatro torneos, hasta 2022. Salvo contadas excepciones, los títulos no llegan como una flor en medio del desierto.
Así que es de esperar que los Tiburones sean contendores, como deberían serlo Lara y Caracas, este último ya con tres buenas actuaciones consecutivas, incluyendo el cetro de la 2022-2023.
La amenaza de La Guaira, en realidad, va más allá de esa obviedad. Sí, van a contar con el corazón de ese grupo que les hizo celebrar en la última final. Sí, puede que Ronald Acuña Jr. o Maikel García ya no vuelvan, por su estatus en las Grandes Ligas, pero ya vimos cómo los Tigres de la Dinastía sobrevivieron con gran éxito al adiós de Miguel Cabrera, gracias a todo lo que se forjó alrededor de él.
Los litoralenses cuentan con una sólida base que se sostiene en jugadores experimentados, como Danry Vásquez, Franklin Barreto, Wilson García o Alcides Escobar, y tienen una interesante cantera en las Ligas Menores, con una nutrida embajada en las Mayores.
La constante labor de César Collins sembró parte de lo que se cosecha hoy. Durante casi dos años, siguió sumando talento joven y, más importante todavía, logró la reconciliación con los bigleaguers de la escuadra. Esto último facilitó el regreso de astros como Acuña y Escobar. Y también allanó el camino para lo que puede venir.
Porque la mayor amenaza de los Tiburones, a partir de ahora, es la disposición de sus propietarios y directivos a invertir fuerte para pelear cada campeonato.
El caso de las importaciones ejemplifica este punto. La Guaira decidió abrir la chequera para pagar salarios muy por encima de la media reciente de la LVBP, como ocurrió con el cubano Yasiel Puig. Y no escatimó recursos para contar siempre con extranjeros al alcance de la mano. De hecho, varios de ellos siguieron preparándose en el Universitario durante el Round Robin y la final, a pesar de estar fuera del roster. Ese lujo no se lo permitió nadie más.
Venezuela le debe parte de la fiesta montada en la Serie del Caribe a esa decisión de la oficina. Los cubanos Miguel Romero y Ariel Miranda formaron parte de ese taxi squad en enero. Ya en febrero, reaparecieron como abridores en el clásico caribeño, en Miami, y probaron que no fue dinero perdido.
¿Guardará la chequera el conjunto salado? ¿O seguirá poniendo sobre la mesa todo lo necesario para defender el centro? Hay razones para pensar que ocurrirá lo segundo.
Eso pondrá presión en los demás competidores. El nivel de los importados cayó drásticamente en la liga, con excepciones contadas como las de Lara y últimamente el Caracas. En la 2023-2024 no solo se acentuó la contratación de extranjeros procedentes de ligas independientes, ¡es que la mayoría de ellos vinieron de circuitos menores, como la Asociación Americana o la Pioneer League!
Es verdad que esta corona no respondió únicamente a la decisión de poner más dinero en el presupuesto. Collins y sus asistentes crearon una estructura, y sus sucesores –especialmente Alberto Díaz y Luis Sojo– realizaron movimientos decisivos. Sin esas últimas ejecuciones, tampoco habría habido celebración.
Hablo de traer a Puig, pero también de convencer a Oswaldo Guillén para tomar el mando. El mirandino todavía tiene el toque: es un líder y sabe manejar sus piezas como casi nadie, tanto en el aspecto motivacional como en lo táctico. Basta ver cómo dirigió la final y después la Serie del Caribe para entender de qué modo un estratega puede y debe ser protagonista para sacar lo mejor de los suyos y opacar completamente a su rival.
Hablo también de la decidida, a veces desesperada intervención del roster a través del mercado de transacciones. Los Tiburones entregaron futuro a cambio de presente de cortísimo plazo en algunos casos. Sumaron varias decepciones, también. Pero lograron una pieza sin la cual difícilmente habrían alzado los brazos en el último juego del torneo: Jesús Pirela, cerrador en México. Y agregaron brazos que deben ayudar en la 2024-2025, como Ángel Padrón, Luis Madero y sobre todo Anthony Castro.
Esto último es importantísimo, porque La Guaira sigue padeciendo del mal que en general afecta la LVBP: la escasez de pitcheo. Muchos de los veteranos que llegaron en canjes antes de cerrar el mercado posiblemente serán solo una anécdota en la historia del equipo. Pero esos cuatro están llamados a aportar de nuevo. La próxima campaña, sin duda, debería ser mejor con ellos que sin ellos.
Repetir no será fácil. Leones y Cardenales mantienen un corazón competitivo. Es de suponer que los Navegantes tratarán de calmar el malestar de su enorme afición y cuentan con una nómina criolla envidiable. Los Tigres y los Bravos continuarán con el proceso iniciado en busca de protagonismo. Águilas y Caribes esperan ser mucho más que simples testigos.
Pero los Tiburones cuentan con tres bazas que les convierten ahora en el peligro que amenaza claramente a los otros siete aspirantes.
Tienen un grupo de nativos que aprendió a ganar y que, con orgullo, sabe que alzar el trofeo es perfectamente posible. Tienen al manager idóneo, que ahora dirige sin ataduras presupuestarias. Y tienen la disposición de invertir en grande para agradar a sus estrellas y atraer de nuevo a importados valiosos. Así no lo quieran, los demás elencos estarán obligados a bailar al mismo son.
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(Ignacio Serrano)
Foto: Prensa Tiburones de La Guaira
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