El emergente

Lo peor que ha podido sucederle el martes a Miguel Cabrera finalmente pasó, cuando los Mellizos dejaron en el terreno a los Tigres y eliminaron al equipo del aragüeño. El doble y el cuadrangular que descargó el inicialista no acallarán los ecos del que posiblemente haya sido uno de los peores fines de semana de su vida.

Cabrera ha sido el centro de conversaciones en Estados Unidos y Venezuela desde el domingo, una vez que comenzaron a filtrarse las razones del hematoma que exhibía en el rostro y luego de que el gerente general de los felinos, Dave Dombrowski, hiciera evidentes esfuerzos por contener su molestia con el jugador, al explicar a los medios su escueta versión de los hechos.

Antes del duelo de desempate entre Minnesota y Detroit, periódicos y portales hacían burla o criticaban de costa a costa al venezolano, y la recepción hostil que le dio la gente en el Metrodome ese día fue el termómetro de lo que piensa ahora mismo la opinión pública, a raíz del altercado entre los esposos Cabrera.

Habrá quien pregunte ¿y qué importa que Cabrera pase un mal momento, ahora que la inactividad no le dará opciones para tratar de lavar su imagen de la mejor manera que sabe: jugando pelota? Tienen derecho a pensar así quienes piensen así. Pero también podría esgrimirse que nadie, ni fanáticos ni periodistas, tenemos derecho de estar escribiendo u opinando sobre algo que, como bien dijo el toletero hace tres días, es un asunto personal y familiar.

Para ambas expresiones hay una respuesta: la pelea entre marido y mujer es, en efecto, un asunto familiar y privado, más cuando la policía indica en su informe que ambos fueron agresores, pero el nativo de Maracay ha aceptado ser figura pública, vivir del deporte espectáculo y, en consecuencia, sacrificar una buena parte de la privacidad que el común de los mortales disfrutamos.

Esto nos lleva al punto que queremos expresar aquí: la prensa de Detroit reveló que los Tigres ya le habían pedido a Cabrera evitar episodios en sitios nocturnos, tras vivir otro problema, el 31 de agosto, en el mismo hotel donde estuvo reunido con peloteros de los Medias Blancas; y tan recientemente como enero, el toletero estuvo en el centro de otra desagradable polémica, aquella en el terreno de juego, cuando él y otros jugadores coronaron de manera desproporcionada una lamentable serie de desavenencias entre Aragua y Caracas.

El invierno boreal será más largo y más frío este año para quien va camino a convertirse en el venezolano con mejores estadísticas de todos los tiempos en las grandes ligas. No jugará, no tendrá grandes ocasiones de mostrar su contricción, su propósito de enmienda, ni podrá reconciliarse con los seguidores que pueden perdonar la conducta de sus astros a cambio de batazos. Pero será también una ocasión preciosa para la reflexión.

Lo que ocurra con la familia Cabrera es asunto de la familia Cabrera, de nadie más, y eso hay que tenerlo claro y respetarlo. Aquí esperamos que puedan superar la circunstancia que vivieron el sábado. Pero lo que ocurra con el pelotero sí incumbe a todos.

Cabrera puede seguir protagonizando sucesos públicos de cuando en vez o puede darse cuenta de todo el potencial que tiene, para bien o para mal, como modelo de sociedad, un rol que siempre tendrá, aún sin quererlo. Y entonces, tal vez entonces, pueda decidir o no seguir el ejemplo del Chico Carrasquel, de Camaleón García, de David Concepción, de Andrés Galarraga, de Omar Vizquel, de quienes se convirtieron no sólo en grandes jugadores, sino también en personajes queridos, admirados y seguidos por el país entero.

Este es, quizás, el ahora o nunca para él.

Publicado en El Nacional, el jueves 8 de octubre de 2009.