Por un arbitraje auxiliado por la TV
El caso de Armando Galarraga exige al beisbol ponerse al día en el arbitraje, como desde 1986 hizo el fútbol americano y posteriormente el hockey y el tenis de la ATP
Hubo un tiempo en que usar cascos en el beisbol era considerado denigrante. Hubo bateadores renuentes a utilizarlo, a pesar del riesgo; pensaban que un casco les quitaba parte de su hombría.
Durante décadas, hasta entrados los años 60 del siglo pasado, la única protección frente a un pitcheo wild eran Dios y una gorra de algodón, sin importar que un toletero llamado Ray Chapman hubiera muerto de un pelotazo en la sien, en pleno juego.
Hoy es pueril aquella discusión. Incluso Francisco Cervelli ha aceptado llevar un protector de ridículas proporciones, prototipo del que quizás será obligatorio algún día.
El beisbol ha sido resistente a los cambios, algunos finalmente aceptados. El antidopaje era inconcebible hasta por periodistas y aficionados, que consideraban lícito el uso de esteroides y otras sustancias, a pesar de ser ilegales en Estados Unidos desde 1988 y de estar prohibidas por el comisionado desde 1991.
El bateador designado fue una revolución non sancta a comienzos de los años 70. Y así podríamos seguir, ad infinitum, pero no terminaríamos nuestra columna ni podríamos abordar el tema que nos interesa: el uso de la televisión como ayuda en la toma de decisiones por los umpires.
Las repeticiones televisivas no son nuevas en la pelota. Desde hace dos temporadas se ha hecho frecuente ver a los árbitros retirarse para deliberar, delante de una pantalla, si un jonrón dudoso fue cuadrangular o no.
El comisionado Bud Selig decidió poner en práctica este método en plena campaña de 2008. Selig no quiso ir más allá, aferrándose al argumento de que utilizar esa herramienta indiscriminadamente, en todas las jugadas cerradas, alargaría los encuentros hasta el tedio y se acabaría el elemento humano, tan caro para algunos.
El tristísimo desenlace del juego perfecto de Armando Galarraga, el miércoles, llevó al comisionado a convocar a consultas para decidir hasta dónde debe ponerse en práctica un más amplio programa de arbitraje auxiliado cámaras, lo que hace pensar que algún tipo de cambio ocurrirá, en la ola de este descomunal desaguisado, que ha hecho que hasta la Casa Blanca pida por una reconsideración y permita a Galarraga inscribir su nombre en la historia junto a Dallas Braden y Roy Halladay, los otros perfectos de 2010.
Aún después del error cometido por Jim Joyce, al cantar quieto un out claro y echar por tierra una joya de pitcheo, hemos leído o escuchado decir, incluso en Venezuela, que lo sucedido con el sucrense hace cuatro días en el Comerica Park es la excepción de la regla y que, en pro del romanticismo, hay que convivir con el error humano, alegando que recurrir a la TV es matar el verdadero espíritu del deporte.
Hay que recordar, sin embargo, que el fútbol profesional de la NFL utiliza las repeticiones desde 1986, que el hockey sobre hielo de la NHL también y que ya es común ver en el tenis de la ATP cómo los jueces recurren a la tecnología para ratificar o corregir una decisión tomada.
Nada importa más que la justicia.
Como se ha demostrado en otros deportes profesionales, no quitará mucho tiempo ni será engorroso, como no lo es ahora, cuando se revisa un jonrón discutible. Hasta los umpires agradecerán el poder disponer de un arma que les ayude a ser más justos y exactos.
El deporte del siglo 21 debe utilizar los recursos que ofrece el siglo 21. Y ya verán cómo algún día alguien se preguntará, con el uso de la TV, lo mismo que hoy se preguntan algunos jóvenes, al revisar la historia del juego: ¿Es que hubo alguna vez que se bateaba sin casco, existiendo la tecnología para construirlos? ¿No era eso un falso romanticismo, una estupidez?
Publicado en El Nacional, el 6 de junio de 2010.
