Del «perreo» y la falta de deportividad
El verbo de moda es “perrear”.
Existe en el reaggetón y el beisbol. De resto, es una aberración lingüística, tanto como su puesta en práctica dentro de los campos de pelota es una aberración contra la deportividad.
Hoy, aficionados de los Tiburones y los Tigres acusan mutuamente a los integrantes del equipo rival por la celebración estentórea de batazos y ponchados. No es algo nuevo.
Ya casi no hay relevista, en especial los cerradores, que no baile sobre la loma al ritmo del bombeo de adrenalina por sus venas, cuando consigue el último out. Pasa en Venezuela, pasa en las grandes ligas.
En algunos casos, no tiene consecuencias. Cuando es el último out, la nefasta conjugación muere casi siempre con el partido que allí fenece. En otras ocasiones, trasciende.
El protagonista más reciente de esta zaga interminable —y para muchos molesta— es Alexander Cabrera. El “Samurai” ha dado jonrones aquí con muchos equipos, incluyendo con Aragua y La Guaira. Sus expresiones de grandilocuencia son su santo y seña.
“Alex es así”, decimos todos, y el manager Marco Davalillo volvió a repetirlo, al comentar los impasses que sucedieron durante la semifinal alrededor del slugger de Caripito. “Todos sabemos cómo es él. No lo hace por burlarse. Lo hace porque siempre ha sido así”.
A algunos jugadores de las Águilas no les divirtió. La serie contra los escualos en Maracaibo fue tensa, después de vaciarse las bancas en Caracas. El verbo de marras siempre trae consigo gritos y pelotazos.
El capítulo particular que viven los Tigres y los Tiburones en esta innecesaria conjugación verbal comenzó cuando, en la semifinal, Cabrera soltó el bate con grandilocuencia, después de recibir un boleto de Víctor Moreno con un pitcheo adentro.
El relevista le reclamó de inmediato, exigiéndole que corriera a primera sin más. Más tarde, el zurdo José Mijares casi rogó al manager Buddy Bailey que le dejara sobre la loma, para poder lanzarle al monaguense en el último inning. Al no poder hacerlo, se marchó a la cueva gritándole cosas a Cabrera, quien le miraba con cara de no entender qué pasaba.
“Este es un juego para divertirse”, insistió Davalillo, con mucha razón. Pero ¿dónde están los límites, dónde comienza el necesario respeto al adversario? Mijares, de nuevo, y ahora Francisco Rodríguez se han unido a la zaga, ya en plena final. El “perreo” ahora es premeditado, es intencional.
“Yo no tengo que hablarle de eso a mis peloteros”, terció Bailey. “Mis peloteros saben que no me gustan esas reacciones. Si eres un profesional para jugar, eres un profesional para todo”. No se diga más.
Publicado en El Nacional, el viernes 27 de enero de 2012.
Me pareció interesante que, tras ser Cabrera fácilmente retirado por Mijares en el juego 3, el bateador se quitara su casco mientras miraba hacia el montículo, y saludara al lanzador de esta manera. Me gustó ese gesto, pues no me pareció irónico. Al césar lo que es del césar.