Presencia de un campocorto: Luis Aparicio, a sus 90 años de edad

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Un homenaje al gran Luis Aparicio en sus 90 años de nacido.

Muchos entendidos del beisbol dibujan imágenes de grandes peloteros mediante ciertas facetas del juego: gran defensiva, gran alcance, atleticismo, la habilidad para batear entre dos, la velocidad, la selectividad de los pitcheos. Y eso les sirve para plasmar la incidencia, la significancia del jugador en el terreno de juego.

Hay, sin embargo, una estirpe de peloteros que mezcla con una proporcionalidad pasmosa varias de esas facultades, lo cual hace que las comparaciones sean sencillamente más que odiosas, aunque se remitan a la frialdad de los números.

Luis Aparicio tenía una especie de radar para detectar con antelación y sobre la marcha el tipo de envío que lanzaría el pitcher ante determinado bateador, y en consecuencia se cargaba hacia tercera base, adelantaba hasta casi pisar la grama interior o se iba hasta las cercanías de la intermedia.

También se comunicaba casi de memoria con el segunda base Nellie Fox y sabía dónde esperar el tiro de éste solo con percibir hacia dónde su compañero había tomado la pelota.

En el cierre del noveno inning, con la carrera del empate en tercera base y la de perder en segunda, Aparicio –de seguro por un aprendizaje de ese portento del campo corto que fue su progenitor, Luis Aparicio Ortega— se desplazaba hasta la zona más recóndita del hueco entre tercera y segunda, para tomar pelotas que muchos etiquetaban de imparables, y luego metía un riflazo hacia la mascota del catcher, si había menos de dos outs, o un centellazo al mascotín del primera base, si se trataba del out final.

Hacía todo eso con una parsimonia fantasmal, un pulso sereno, una sangre fría ígnea.

Desde el momento que salía el batazo, ya él estaba de frente a la pelota. Y si esta no iba hacia él, corría hasta detrás de primera base si por alguna razón el catcher no había podido llegar a hacer la asistencia. Actitudes, jugadas, iniciativas que no aparecen en un box score ni son reflejadas en las más sofisticadas estadísticas de la sabermetría. Ese juego subterráneo, esa cara oculta del beisbol, tenía en Aparicio a uno de sus grandes exponentes.

REVERENCIADO

En Chicago, más allá de todos los homenajes de los Medias Blancas, las personas han pasado de generación en generación las jugadas, el pundonor, la presencia de Luis Aparicio como ese campocorto fantasmal que aparecía en los momentos más críticos para rescatar al equipo.

Hubo juegos de entrenamiento primaveral a los que Aparicio acudía invitado como instructor especial, o encuentros de temporada regular a los que asistía para tributar a los viejos peloteros, y resultaba impresionante cómo muchos niños se acercaban con una pelota, gorra o un simple papel para que él se los autografiara, y regresaban sonrientes como si lo hubiesen visto jugar.

Empleados de toda la vida en el estadio lo llamaban para referirle anécdotas que él no recordaba, como una de un niño que estuvo a punto de caer de la tribuna y Aparicio corrió con más intensidad que si se tratase de robar el plato, para recibir en sus brazos el cuerpo en caída libre del muchacho. Él callaba y preguntaba si no lo estaban confundiendo con otro pelotero.

Tal vez la refulgencia de sus números defensivos, la seguidilla de temporadas liderando la Liga Americana en asistencias y promedio defensivo, o la cantidad de encuentros que jugó en el campo corto opacan o hacen poco evidentes los logros que al menos entre los peloteros venezolanos son inéditos, como que a lo largo de sus 18 campañas en las Ligas Mayores Aparicio siempre bateó más de 100 imparables, incluida su temporada de novato. Ni Miguel Cabrera, Bob Abreu o José Altuve han amenazado esa seguidilla.

Y en aquella época había pitchers tan competitivos y complicados como Whitey Ford, Denny McLain, Miguel Cuéllar, Jim Palmer, Dave McNally, Mickey Lolich, Tommy John, Catfish Hunter, Rollie Fingers, Jim Kaat, Mudcat Grant, Sam McDowell, Gary Peters, entre otros ases. Ante cada cual, Aparicio aplicaba su gran capacidad de observación y análisis, y terminaba haciendo contacto y metiendo lineazos o roletazos hacia lugares recónditos.

MEMORABLE

Siempre que le preguntaban cuál era el juego que más recordaba, él mencionaba el cuarto encuentro de la Serie Mundial de 1966, cuando los Orioles de Baltimore vencieron a los Dodgers de Sandy Koufax y Don Drysdale… ¡por barrida! Y después decía que nunca olvidaría cuando los Medias Blancas de Chicago aseguraron el banderín de la Liga Americana en 1959.

Nadie contaba que aquel equipo podía competir contra maquinarias como la de los Yankees de Nueva York o los Indios de Cleveland. Tenían a Sherm Lollar en la receptoría, a Nellie Fox en segunda base y Jim Landis, Jim Rivera y Al Smith en los jardines. También contaban con abridores como Billy Pierce, Dick Donovan, Bob Shaw, Early Wynn y tipos como Gerry Staley y Turk Lown en el bullpen. Pero de ahí a que lograran apoderarse del banderín había un trecho desconocido para la mayoría de los analistas beisboleros.

El 22 de septiembre los Medias Blancas ganaban 4-2 a los Indios de Cleveland en el cierre del noveno inning con las bases llenas y un out. El manager Al López relevó a Shaw con Staley ante la presencia de Vic Power y éste bateó un roletazo invisible que Aparició tomó, para luego pisar segunda base y lanzar la pelota al primera base Ted Kluszewski, para completar el dobleplay y asegurar el banderín a los patiblancos.

Por lo general, cuando terminaba uno de esos juegos donde Aparicio había hecho varias jugadas relucientes y despachado algunos imparables oportunos, él parecía mimetizarse entre los uniformes colgados en los casilleros, y aprovechaba la niebla del agua caliente de las duchas para escabullirse de los periodistas.

Los fablistanes quedaban con la boca abierta y la libreta de apuntes caía al piso cuando los compañeros de equipo les informaban que Aparicio ya se había marchado. A veces lograban alcanzarlo a la salida del estadio. El silencio remarcaba la mayoría de sus respuestas. Insistía en que él era solo una parte pequeña, que el beisbol es un deporte de equipo y lo que él hubiese hecho era solo una humilde colaboración.

Los periodistas insistían en que esas jugadas al borde del jardín izquierdo, esas apariciones fantasmales para tomar roletazos detrás del montículo, ningún otro campocorto podría ejecutarlas con la naturalidad y la precisión que él mostraba en cada uno de sus movimientos.

El 9 de septiembre de 1962, los Medias Blancas de Chicago –con John Buzhardt en el montículo– recibieron en Comiskey Park a los Senadores de Washington, quienes encargaron a Bob Baird para que lanzara las serpentinas.

Los Senadores tomaron ventaja en la apertura del cuarto inning mediante sencillo de Chuck Hinton, boleto a Jim King y sencillos impulsores de Ken Retzer y Jim Hickman.

Los Medias Blancas respondieron en el cierre del sexto inning mediante sencillos de Aparicio y Fox; Deacon Jones los adelantó con toque de sacrificio, Floyd Robinson la rodó por las paradas cortas y Aparicio llegó al plato para cambiar la pizarra a 2-1.

En la conclusión del octavo inning, Aparicio descargó doble a la izquierda. Fox la rodó por primera base, donde Bud Zipfel hizo el out sin asistencia mientras Aparicio recalaba en la antesala. Jones roleteó hacia el montículo y Baird lo retiró en la inicial. Robinson negoció boleto. Bennie Daniels relevó a Baird. Joe Cunningham emergió por Mike Hershberger y sonó un petardo para remolcar la igualada en los spikes de Aparicio.

En la parte baja del undécimo inning, Charlie Maxwell sencilleó al centro, Sammy Esposito negoció boleto y Juan Pizarro la rodó en bateo y corrido por el montículo, por lo que los corredores avanzaron. Tom Cheney relevó a Steve Hamilton. Y Aparicio dejó en el terreno a los Senadores con sencillo al centro.

IMPECABLE DEFENSA

En los primeros trece años de su carrera, Luis Aparicio lideró a los campocortos de la Liga Americana durante ocho temporadas seguidas en promedio defensivo, siete veces en asistencias, cuatro veces en outs y dos veces en dobleplays.

Cuando Bill Veek se convirtió en propietario de los Medias Blancas, en 1959, dijo: «Es el mejor que he visto. Hace jugadas que sé que no podían hacerse de ninguna manera. Y aún así, las ejecuta todos los días».

Sucedió y mejoró en las paradas cortas de los Medias Blancas al gran Alfonso Chico Carrasquel, quien en una de sus primeras visitas a Comiskey Park, luego de ser cambiado por Chicago, aconsejó a Aparicio para que tuviera paciencia al adaptarse a la Gran Carpa.

Aparicio (8.016) es segundo en asistencias entre los shortstops de todos los tiempos, detrás de Ozzie Smith. Sexto en outs (4.548) detrás de Rabbit Maranville, Bill Dahlen, Dave Bancroft, Honus Wagner y Tommy Corcoran, todos de otras épocas muy anteriores a él. Es segundo en lances totales con 12.564 detrás de Ozzie Smith. Cuarto en dobleplays (1.553) detrás de Omar Vizquel, Smith y Cal Ripken Jr. Tercero en juegos (2.581) detrás de Omar Vizquel y Derek Jeter.

ENTRE ESTRELLAS

Antes del primer Juego de Estrellas de 1962, efectuado el martes 10 de julio, hubo un gran revuelo en una de las tribunas del D.C. Stadium. Había llegado el presidente John F. Kennedy, muy aficionado al beisbol. Ese día ejecutaría el lanzamiento inicial del encuentro.

Quería saber más de ese campo corto que llegaba hasta el fondo del hueco y desactivaba petardos con atrapadas hipnóticas que lo sacaban de los asuntos más serios en la Casa Blanca o el Congreso, saber más del tipo quien desde su aparente anonimato, desde la insignificancia de un equipo casi invisible en la Liga Americana, reforzaba los lanzamientos de Billy Pierce, rescataba al propio Early Wynn en los momentos más intensos de un extrainning, adivinaba los envíos más rebuscados de Bob Shaw y en consecuencia aparecía por los predios más impensables para alcanzar lo que muchos pensaban era un imparable que desarmaría a los patiblancos, el mismo que desarrollaba códigos sobre la marcha de los juegos para comunicarse con Fox en la esencia de la sorpresas para poner out a corredores en segunda base.

Kennedy casi saltó una fila de asientos cuando vio a Luis Aparicio subir a la tribuna. Ese día ganó la Liga Americana 3-1 y Aparicio le bateó un triple a Don Drysdale.

Los Medias Blancas retiraron su numero 11 y lo incluyeron en su Salón de la Fama. Los Orioles de Baltimore hicieron otro tanto. Los Medias Rojas de Boston no siguieron esa ruta, tal vez porque Aparicio solo participó en tres temporadas con ellos. Sin embargo en el libro del legendario y emblemático Johnny Pesky con Phil Pepe, Few and Chosen, («Pocos y selectos», publicado en 2004, el antiguo parador en corto patirrojo escoge los mejores cinco peloteros por posición en la historia del equipo, Aparicio aparece como el cuarto mejor detrás de Joe Cronin, Nomar Garcíaparra y Rico Petrocelli.

«Aparicio fue el mejor shortstop que vi», escribió Pesky. «Jugó 18 temporadas en esa posición. Lo vi hacer jugadas que nadie más podía hacer».

En 1971, su primera temporada con Boston, Aparicio vivió tal vez el momento más complicado de su carrera en Grandes Ligas.

Durante 44 turnos al bate estuvo sin conectar imparables. Desde el 20 de mayo hasta el 1 de junio entró en una sequía prolongada que sorprendió a muchos, pues venía de batear .313 con los Medias Blancas en 1970.

Cuando logró romper el mal rato con un imparable ante el abridor de los Reales de Kansas City, Mike Hedlund, el mismo que había implantado una marca de efectividad en la liga venezolana de beisbol profesional en la temporada 1969-1970, los compañeros de Aparicio lo felicitaron y hasta recibió una carta del Presidente Richard Nixon, quien lo invitaba a que siguiera brillando.

El 26 de junio de 1971, los Medias Rojas –con Gary Peters en el montículo– recibieron a los Orioles de Baltimore, campeones mundiales vigentes, y al pitcher zurdo Miguel Cuéllar.

En el cierre del séptimo, Aparicio abrió con sencillo a la derecha, Reggie Smith lo llevó a segunda con toque de sacrificio y desde allí anotó la primera carrera del juego mediante imparable de Rico Petrocelli.

En el cierre del octavo, después de un out, Don Pavletich sencilleó a la derecha, Peters descargó petardo al centro y luego de que Doug Griffin se ponchara, Aparicio empujó la segunda rayita de su equipo con sencillo a la izquierda ante Eddie Watt.

Baltimore igualó la pizarra mediante doble de Mark Belanger y jonrón de Boog Powell. Pero en el cierre del décimo, Aparicio dejó en el campo a los Orioles con sencillo remolcador de Pavletich ante el relevista Dick Hall.

Don Luis Aparicio cumple 90 años de edad este lunes 29 de abril.

Alfonso Tusa es investigador y escritor. Autor de artículos, libros y relatos de beisbol. Ha colaborado en portales como Prodavinci. Sus libros pueden adquirirse en Amazon.com.

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Foto: archivo del Salón de la Fama de Cooperstown

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